I. LOS REYES, SU POLíTICA RELIGIOSA Y LA PALABRA PROFÉTICA DURANTE LA DIVISIóN DE LOS REINOS DE ISRAEL Y JUDAH, 1:1-17:41
1. Elías y la palabra profética para el rey herido, Ocozías de Israel, 1:1-18
El conflicto de Elías con la casa de Omri continuaba en Israel a pesar de la victoria en el monte Carmelo y la muerte de Acab. Ocozías, hijo de Acab, heredó el trono de su padre como rey de Israel, el reino del norte, en la ciudad de Samaria y sirvió al dios Baal (1Ki 22:53) como su padre (1Ki 16:31). El juicio divino se manifestó básicamente en dos formas durante los dos años de su reinado. Primera, Moab, un territorio dominado por Israel al este del mar Muerto, se rebeló al morir Acab, y evidentemente Ocozías no podía hacer nada debido a su enfermedad. El esfuerzo infructuoso de la coalición de Israel, Juda y Edom de reconquistar a Moab se narra en el 3:4-27.
Segunda, Ocozías accidentalmente cayó por la ventana, evidentemente en el techo que servía de segundo piso. Es probable que había una habitación en el techo parecida pero más lujosa a la construida para Eliseo por la mujer acomodada de Sunem (2Ki 4:8-12). Ya que resultó seriamente herido, el rey envió mensajeros para consultar a un dios pagano de los filisteos en Ecrón, un pueblo fronterizo con Israel cerca de la costa al sur del monte Carmelo.
Baalzebub quiere decir Señor de las moscas (compare el uso de Jesús de un nombre casi idéntico para significar el príncipe de los demonios en
Mat 10:25;
Mat 12:24;
Mar 3:22; Luk 11:15). Este dios evidentemente tenía reputación para la sanidad o para pronosticar el futuro. ¿Se descubría el mensaje en base al zumbido de las moscas?
El ahngel de Jehovah envió al profeta Elías, cuyo nombre quiere decir Jehová es mi Dios , con un mensaje de muerte para Ocozías. A la vez dicho mensaje le recordó que Jehová, el Dios de Israel, tenía poder sobre la vida y la muerte
(vv. 3, 4) aunque el rey por sus actos lo estaba negando. Este desafío de Ocozías del Dios viviente y de su profeta se parecía al reto de Acab y Baal en el monte Carmelo (1 Rey. 18), pero en una escala mucho menor. Se recalca esta provocación amenazante por medio de la triple repetición de la cláusula:
¿No hay acaso Dios en Israel...? (v. 3, 6, 16; compare 3:11, 12; 5:16). De modo que este capítulo narra una nueva confrontación clara y retadora entre Jehová y el hombre de Dios contra Baal y el poder político en Israel.
Al regresar los mensajeros al rey Ocozías le dieron el mensaje de su muerte segura por medio de un profeta austero y desconocido. Lo describieron como
un hombre velludo, que tenía un cinto de cuero a la cintura (v. 8). Una traducción lit. del heb. (
se'ar H8181) sugiere que Elías tenía mucho cabello, pero desde el tiempo intertestamentario la tradición lo interpreta como aparece en la nota de la RVA, con un vestido de pelo . Probablemente su capa fue hecha de piel de oveja, de cabra o de camello. Evidentemente Juan el Bautista imitaba su estilo de vestimenta (
Mat 3:4), definitivamente predicaba el arrepentimiento y como resultado sus contemporáneos pensaban que podía ser Elías (Joh 1:21). Por la descripción Ocozías sospechó que era el profeta
Elías el tisbita (v. 8), cuyo pueblo natal probablemente fue Tisbe de Galaad (1Ki 17:1), al este del río Jordán. Sin embargo, Ocozías no se arrepintió de su rebeldía ni siquiera hay evidencia de que oró a Jehová (compare al rey Ezequías en el 20:1-3) sino continuó con un corazón obstinadamente endurecido.
Como el gobernante máximo del Estado, esta vez el rey decidió hacer contacto con el hombre correcto, pero con órdenes y armas
(v. 9), un método impropio. Así se equivocó doblemente; primero al consultar a quien no le podía ayudar y segundo por acercarse inadecuadamente a quien le podría socorrer. Mandó a un capitán con un escuadrón
de 50 hombres. Este primer capitán, probablemente selecionado especialmente para implementar el deseo del rey, con insolencia ordenó al
hombre de Dios (v. 9) que bajara del cerro donde estaba. Como respuesta bajó fuego del cielo quemando a todos
(v. 10). Se envió un segundo escuadrón por él, y el segundo capitán, aún más arrogante que el primero, imperiosamente mandó al
hombre de Dios (v. 11) que bajara de inmediato. En seguida cayó fuego del cielo y destruyó a todos
(v. 12). La situación y el reto en Samaria en tiempos de Jesús no eran idénticos, y el Hijo de Dios tampoco acató los consejos de sus discípulos fogosos (Luk 9:54-56).
El nombre
hombre de Dios fue un título usado para referirse a grandes profetas como Moisés, Samuel, Elías y Eliseo. Elías, un varón comprometido con Dios, celoso en su demanda de lealtad completa a Jehová y aterrador en sus actos de retribución, luchaba valientemente por la adoración exclusiva al Señor. El descenso del fuego del cielo sobre los dos capitanes y sus escuadrones, parecido a lo ocurrido en el monte Carmelo, demostró con claridad que había un Dios y profeta en Israel a quien consultar en cuanto a la vida y la muerte. Aun el más alto oficial del país tenía el deber de reconocerlo junto con las juntas militares. (¿Fue necesaria la muerte de tantos hombres para que el rey, ya reacio en su maldad, fuera receptivo a la persona y la autoridad del hombre de Dios?)
El rey envió un tercer escuadrón a buscar a Elías. Con más respeto, cortesía, precaución y sabiduría espiritual este capitán le suplicó al hombre de Dios que bajara del cerro
(v. 13). Para poder sobrevivir, todo el pueblo de Dios tendría que humillarse delante del Dios todopoderoso como este capitán. Después de recibir autorización del ángel de Jehová para bajar, Elías, el hombre de Dios que nunca tembló delante del poder absoluto real y que nunca se sujetó a otro que no fuera el Señor, acompañó al capitán ante el rey. Con toda franqueza le dijo al rey que no se curaría sino que estaba sentenciado a la muerte por rechazar al Dios verdadero. Con la pronunciación por tercera vez de la palabra profética (vv. 4, 6, 16), ésta se cumplió inmediatamente, pues murió este rey que todavía no tenía heredero. Como consecuencia, su hermano Joram ascendió al trono. Cabe señalar que la muerte prematura sobrevino al que no servía a la fuente única y verdadera de la vida. El poder de la vida y la muerte no recae en el ámbito político sino en el espiritual. Por lo tanto, lo que uno recibe por confiar en la política para resolver los problemas graves es la muerte en vez de la vida.
En resumen el rey Ocozías fue débil, impío, inepto, voluntarioso y un fracaso. Permitió a Moab rebelarse, se hirió en un percance desafortunado y tonto, pero insistentemente trató de obligar a la sumisión de la voz profética de Elías con la fuerza militar y, aun peor que todo, buscó la sanidad en el altar de un dios ajeno. La desobediencia del rey a Dios le trajo un cuádruple castigo: su reinado fue muy corto (dos años o menos), perdió el territorio de Moab, no tuvo heredero para sucederlo en el trono y murió una muerte trágica y sin honra. Cabe señalar que Jehová proveyó su palabra a través de su hombre. Dios normalmente habla por medio de los hombres y no a través de la palabra desencarnada. Su hombre llevaba su mensaje como en el día de hoy (compare
Rom 10:14-15). De manera que esta narración ensalza la posición del profeta de Jehová y hace ver que siempre el
hombre de Dios merece respeto, tanto o más que cualquier gobernante, aun al rey mismo. Además, en momentos críticos tanto personales como nacionales es necesario consultar (esta palabra repetida cinco veces en los vv. 2, 3, 6, 16 se usa específicamente para buscar una revelación divina) al hombre del Dios poderoso y verdadero, no a uno ajeno e impotente. También el hombre de Dios debe escuchar y obedecer las órdenes de Dios antes que las del gobernante (v. 15 y Act 4:19-20; Act 5:27-29).