Comentario Biblico


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1 En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar,

2 hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido;

3 a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios.

4 Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí.

5 Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.

6 Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?

7 Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad;

8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.

9 Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.

10 Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas,

11 los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.

12 Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar, el cual está cerca de Jerusalén, camino de un día de reposo.

13 Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo.

14 Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos.

15 En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos (y los reunidos eran como ciento veinte en número), y dijo:

16 Varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús,

17 y era contado con nosotros, y tenía parte en este ministerio.

18 Este, pues, con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron.

19 Y fue notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo se llama en su propia lengua, Acéldama, que quiere decir, Campo de sangre.

20 Porque está escrito en el libro de los Salmos: Sea hecha desierta su habitación, Y no haya quien more en ella; y: Tome otro su oficio.

21 Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros,

22 comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección.

23 Y señalaron a dos: a José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías.

24 Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido,

25 para que tome la parte de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar.

26 Y les echaron suertes, y la suerte cayó sobre Matías; y fue contado con los once apóstoles.


Generalmente hablamos de Los Hechos de los Apóstoles. Pero en el libro en griego no existe la palabra Los antes de Hechos; el título correcto es Hechos de hombres apostólicos. El título Los Hechos de los Apóstoles no es de Lucas; fue añadido más tarde (después del siglo III).

Según parece, en época remota los cuatro Evangelios formaban una sola colección. Se dice que probablemente fueron unidos poco tiempo después de la terminación del Evangelio de Juan y durante los comienzos del siglo II. La colocación de los cuatro Evangelios en un solo volumen significó la separación de las dos partes de la historia de Lucas. El libro de Los Hechos, por conveniencia, estuvo unido generalmente a las Epístolas Generales.

PREFACIO, 1:1-5

Apropiadamente se ha declarado que este libro es como una continuación de los Evangelios y un preludio a las Epístolas. En realidad los Evangelios concluyen su narración con la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo. Y, a su vez, las Epístolas suponen ahora formadas unas congregaciones cristianas a las que van dirigidas. Por tanto, para llenar esa laguna intermedia entre Evangelios y Epístolas (paulinas y generales), refiriéndonos a la expansión del movimiento cristiano a partir de la ascensión del Señor, se encuentra el libro de Los Hechos.

Es menester hacer notar en el v. 1 la expresión con que Lucas caracteriza el primer relato (el Evangelio de Lucas):... todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. Lucas indica que Jesús, además de su enseñanza, mostró el ejemplo de su vida. El tercer Evangelio, más que para proveer información histórica, está para nuestra edificación. En griego hay que dar pleno valor al verbo comenzar . Jesús comenzó a hacer y a enseñar, una locución que se interpreta como si Lucas quisiera decir que el ministerio público de Jesús no era sino principio de su obra, cuya continuación ahora va a narrar él en Los Hechos. De hecho, podemos concluir que la obra de los apóstoles se presenta como continuación y complemento de la de Jesús. Podemos decir que la afirmación de las verdades que encontramos en el NT representa la consecuencia inevitable de la predicación del evangelio de Jesucristo.

Notamos la mención que Lucas hace del Espíritu Santo al referirse a los mandamientos que Jesús da a los apóstoles. El griego permite que la frase por el Espíritu Santo (v. 2) pueda referirse también a la elección de los apóstoles. Pudiera ser que Lucas se refiera a las dos cosas, mandamientos y elección, hechas ambas por Jesús, movido por el Espíritu Santo. Cuando Lucas habla de que Jesús da esos mandamientos por el Espíritu Santo, continúa la norma que sigue en el Evangelio de Lucas, donde muestra inspiración especial en hacer destacar la intervención del Espíritu Santo: en la concepción de Jesús ( Luc 1:15,5,67), en la presentación de éste en el templo ( Luc 2:25 27) y cuando realiza las actividades de su ministerio público ( Luc 4:1,5,18; 10:21; 11:13). Es obvio, entonces, que también ahora lo sigue haciendo por el Espíritu Santo. También es obvio que el Espíritu Santo no llegó por primera vez en el día de Petecostés.

El v. 3 hace hincapié en el hecho de que por cuarenta días Jesús se hizo visible a sus apóstoles y les dio pruebas indubitables de que él estaba vivo entre ellos. Durante esos días les hablaba acerca del reino de Dios, dándole forma y declarando su carácter y su objeto. Jesús, pues, estaba personal y responsablemente unido con el movimiento cristiano tanto antes como después de su muerte.

En consecuencia es normal que Jesús, después de su resurrección, apareciera a sus apóstoles durante una comida (ver Luc 24:30 43; Juan 21:9 13; Hech 10:41). Y así, la prueba de que estaba realmente resucitado era más evidente. En una de estas apariciones, al final ya de los cuarenta días que median entre la resurrección y la ascensión, les da un aviso importante: que no deben ausentarse de Jerusalén hasta después de recibir la promesa del Padre (aparentemente la promesa de Luc 24:49, hasta que se'is investidos del poder de lo alto).

Este pasaje nos relata cómo la iglesia iba a recibir el poder necesario para llevar a cabo su ministerio. El doctor T. W. Manson opina que hay solamente un ministerio esencial en la iglesia, el ministerio continuo del mismo Señor resucitado y siempre con nosotros. O sea que Jesucristo quien ministró en Judea, Samaria y Galilea continúa su ministerio por medio de la iglesia, su cuerpo. Según Pablo este ministerio esencial es el ministerio de la reconciliación ( 2Cor 5:18 20). Todos los otros ministerios dentro de la iglesia se derivan y dependen de ese viviente Señor Jesús.

En el libro de Los Hechos, y sin duda en todo el NT, es difícil diferenciar entre la obra del Espíritu y la del Cristo resucitado. Y en realidad no necesitamos hacer tal cosa, debido a que la llegada del Espíritu es el cumplimiento de la promesa de Jesús: Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo ( Mat 28:20).

Jesús llama al Espíritu Santo la promesa del Padre (v. 4), pues repetidas veces había sido prometido en el AT para los tiempos mesiánicos ( Isa 44:3; Eze 36:26,27; Joel 2:28 32). También Jesús lo había anunciado varias veces durante su ministerio público para después de que él se marchara (ver Luc 24:49; Juan 14:16; 16:7). Ni se contenta con decir que recibirán el Espíritu Santo sino que, haciendo referencia a una frase de Juan el Bautista (ver Luc 3:16), dice que serán bautizados en el Espíritu Santo, es decir, sumergidos en él.

El bautismo en el Espíritu Santo que los discípulos habían de anticipar, un bautismo que contrasta con el bautismo de Juan en agua, se ha de entender en términos de la referencia obvia al testimonio de Juan en Lucas 3:16, 17: Yo a la verdad, os bautizo en agua. Pero viene el que es m's poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado. El os bautizar' en el Espíritu Santo y fuego. El bautismo de Juan en agua fue caracterizado por arrepentimiento, y claramente él no pensó en que este hecho poseía en sí alguna garantía de salvación. Si hubiera tenido una garantía así, no hubiera rechazado a tantos ( Luc 3:7). Este bautismo en agua fue ofrecido solamente a aquellos que habían mostrado evidencia de que ya se habían arrepentido ( Luc 3:8). Sin embargo, Juan buscaba más allá de su bautismo en agua un bautismo en el Espíritu Santo y fuego ( Luc 3:17). Evidentemente alude con ello a la gran efusión en Pentecostés ( Hech 11:16), que luego se tratará con detalle (ver Hech 2:1 4).

I. EL MOVIMIENTO CRISTIANO EN JERUSALEN: UN CRISTIANISMO JUDIO, 1:6-7:60

El tema queda claramente reflejado en las palabras del Señor a sus apóstoles: Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra (1:8). En efecto, a través del libro de Los Hechos podemos ir siguiendo los primeros pasos de la vida de la iglesia, que nace en Jerusalén y se va extendiendo luego gradualmente, primero a las regiones cercanas de Judea y Samaria y, por fin, al mundo entero. Esta salida hacia la universalidad implicaba una trágica batalla con el espíritu estrecho de la religión judía, una batalla que queda claramente reflejada en Los Hechos, y que pudo ser ganada gracias a la dirección y luces del Espíritu Santo como constantemente se va haciendo notar (ver 6:3, 5; 7:55 s; 8:17, 29; 10:19, 44; 11:12, 15 s; 13:2, 4; 15:8, 28; 16:6; 20:23; 28:25).

1. La soberanía de Dios actuando, 1:6-8

La pregunta de los apóstoles de si por fin iba a restablecer el reino a Israel parece estar sugerida por la anterior promesa del Señor de que, pasados pocos días, serían bautizados en el Espíritu Santo. A través de todo su ministerio Jesús trabajó dentro de un concepto del reino de Dios completamente diferente del de los líderes del judaísmo (pensamiento religioso judío) del primer siglo. Es interesante hacer notar cómo los discípulos, después de varios años de convivencia con el Maestro, seguían aún esperando una restauración temporal de la realeza davídica, con dominio de Israel sobre los otros pueblos. Por tanto, así interpretaban lo dicho por los profetas sobre el reino mesiánico (ver Isa 11:12; 14:2; 49:23; Eze 11:17; Ose 3:5; Amós 9:11 15; Sal 2:8; 110:2 5), a pesar de que ya Jesús, en varias ocasiones, les había declarado la naturaleza espiritual de ese reino (ver Mat 16:21 28; 20:26 28; Luc 17:20,21; 18:31 34; Juan 18:36).

Los discípulos no negaban con esta pregunta su fe en Jesús, antes al contrario, viéndole ahora resucitado y triunfante, se sentían más confiados y unidos a él. Sin embargo, tenían aún muy firme la concepción políticomesiánica que tantas veces se encuentra en los Evangelios (ver Mat 20:21; Luc 24:21; Juan 6:15) y que exigía a Jesús suma prudencia al manifestar su carácter de Mesías, a fin de no provocar alzamientos peligrosos que impidieran su misión (ver Mat 13:13; 16:20; Mar 3:11,12; 9:9). Solamente la iluminación del Espíritu Santo logrará corregir estos prejuicios judaicos de los apóstoles, dándose a conocer la verdadera naturaleza del evangelio y así del reino. Dios es un Dios que realiza sus propósitos. La historia no es un rompecabezas de hechos desconectados, presididos por el azar; es un proceso dirigido por un Dios actuante y capaz de ver el fin en el principio.

En esta ocasión, Jesús no considera oportuno volver a insistir sobre el particular, y se contenta con responder a la cuestión cronológica. Les informa que el pleno establecimiento del reino mesiánico, de cuya naturaleza él ahora no va a especificar, es de la sola competencia del Padre, que es quien ha fijado los diversos tiempos: de preparación ( Hech 17:30; Rom 3:26; 1Ped 1:11), de inauguración ( Mar 1:15; Gál 4:4; 1Tim 2:6), de desarrollo ( Mat 13:30; Rom 11:25; 1Cor 1:4,8), y ahora de consumación final ( Mat 24:33 36; 25:31 46; Rom 2:5 11; 2Tes 1:6 10). En tal ignorancia, lo que a ellos toca, una vez recibida la fuerza del Espíritu Santo, es obrar por ese restablecimiento, manifestándose como testigos de los hechos y enseñanzas de Jesús, primero en Jerusalén, luego en toda Palestina, y finalmente hasta lo último de la tierra (es decir, en medio del mundo gentil).

Ahora, en el v. 8, se ve claramente lo que es el reino (la soberanía) de Dios actuando. La declaración en este versículo,... me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra, se había aceptado comúnmente como el bosquejo de Los Hechos y la indicación del propósito de Lucas. Desde luego esto provee algún plan dentro del cual escribió Lucas, pero en ninguna manera representa su interés principal. Contrario a lo expuesto por varios comentarios, antiguos y recientes, Lucas no demostró cómo el evangelio se extendía de Jerusalén a Roma. Hasta hoy día no conocemos cómo el evangelio alcanzó a Roma, a Damasco, a Chipre, a Cirene, a Efeso, a Troas, a Corinto, a Creta y a innumerables otros lugares. Aparentemente, Lucas no dio estos datos porque su propósito iba en otra dirección.

Esto no quiere decir que en Los Hechos no encontramos mucha atención dedicada a la expansión geográfica; obviamente todo lo contrario, los cristianos se presentaban moviéndose constantemente. Se preconiza aquí, sin embargo, que estar demasiado preocupado con este factor es perder un asunto más importante, aquello que aparentemente Lucas quería presentar. Las fronteras más difíciles de cruzar en aquel entonces como hoy en día eran las religiosas, nacionales, raciales y de clase social, y no los límites geográficos. Es más fácil hoy día enviar misioneros a Africa que establecer y mantener una fraternidad que cruce las líneas raciales, nacionales y de clase social en la casa de uno. En el libro de Los Hechos es obvio que el cristianismo marchó de Jerusalén, Judea y Samaria, y hasta lo último de la tierra, pero al hacer esto se precipitaba el tema que resultó en la ruptura entre la sinagoga y la iglesia, y en la autoexclusión del mismo pueblo en quien vio la luz el cristianismo.

En la carta de Pablo a los efesios él nos comparte sus pensamientos sobre esta soberanía de Dios actuando. Cuando Pablo escribió esta epístola de la prisión, estaba dando testimonio personal a los primeros treinta años de la historia en la iglesia temprana, la que se halla en el libro de Los Hechos:

Por revelación me fue dado a conocer este misterio... Por tanto... podréis entender cu'l es mi comprensión en el misterio de Cristo. En otras generaciones, no se dio a conocer este misterio a los hijos de los hombres, como ha sido revelado ahora a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu, a saber: que en Cristo Jesús los gentiles son coherederos, incorporados en el mismo cuerpo y copartícipes de la promesa por medio del evangelio ( Ef 3:3 6).

En su escrito a las iglesias de Galacia Pablo habla aun más explícitamente de lo que quiere decir el ministerio de Cristo (la soberanía de Dios actuando): Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús ( Gál 3:28).

¿Fue el cristianismo fiel al judaísmo? En su Evangelio y en el libro de Los Hechos Lucas demuestra que en verdad el cristianismo fue fiel al judaísmo. El cristianismo nació dentro del judaísmo más estricto. No abandonó las sinagogas o el templo en el principio del movimiento cristiano. Sin embargo los cristianos fueron excluidos de las sinagogas y del templo, porque el cristianismo incluía cualquiera que por fe seguía a Jesucristo. Vemos el interés verdadero de Jesús por toda la gente, no sólo por los judíos. A él le interesaban todas las necesidades de toda la gente. A Jesús no le interesaban las instituciones de la religión judía tales como el sábado, el ayuno, los ritos de purificación y otras por el estilo. Su interés estaba en Dios y en la gente. El definió su sentido de misión, tanto en su sermón en la sinagoga de Nazaret ( Luc 4:14 30) como en su respuesta a los mensajeros del encarcelado Juan el Bautista ( Luc 7:18 23). La crucifixión de Jesús resultó de este conflicto básico entre él y la religión institucional, tanto de los fariseos como de los saduceos. Jesús no dejó la sinagoga o el templo porque él quiso dejarlos, sino que fue echado de la sinagoga en Nazaret ( Luc 4:29) y fue rechazado en Jerusalén ( Luc 19:41 48; 23:1, 2).

La comunidad cristiana en los días de Lucas no había quitado la fe en el verdadero judaísmo ni en Cristo Jesús. Al llegar a ser una comunión de personas que pasa por alto las distinciones de nacionalidad, raza y ritos, el cristianismo es fiel a las enseñanzas de Cristo. El movimiento cristiano estaba logrando el pacto que Dios hizo con Abram y Moisés, los fundadores del pueblo de Dios (ver Gén 12:3; Exo 19:6 8; 1Ped 2:9,10).

2. Jesús asciende al cielo, 1:9-11

Lucas narra aquí, con todos sus detalles, el hecho trascendental de la ascensión de Jesús al cielo. Este breve pasaje nos introduce a dos pensamientos de mucha importancia en el NT: nos relata la historia de la ascensión y nos enfrenta con el asunto de la segunda venida.

La ascensión. Parece que la acción de la ascensión fue más bien lenta, pues los apóstoles estaban mirando al cielo mientras se iba. La ascensión no es un fenómeno del que tengamos causas para dudar. Aparentemente, se trata de una descripción según las apariencias físicas, sin intención alguna de orden científicoastronómico. Es el cielo atmosférico, que puede contemplar cualquier espectador, y está fuera del propósito ver ahí alusión a alguno de los cielos de la cosmografía hebrea o de la cosmología helenística ( 2Cor 12:4,2). En cuanto a la nube, ya en el AT una nube reverencial acompañaba casi siempre a los mensajeros de Dios ( Exo 13:21,22; 16:10; 19:9; Lev 16:2; Sal 97:2; Isa 19:1; Eze 1:4). También en el NT aparece la nube en la ocasión de la transfiguración de Jesús ( Luc 9:34,35; ver también la relación entre Dan 7:13,14 y Mat 24:30; 26:64). Es obvio que, al entrar Jesucristo ahora en la gloria, una vez cumplida su misión terrestre, aparece también la nube, símbolo de la presencia y majestad de Dios.

Según Lucas, el propósito de los cuarenta días y las apariciones del Señor resucitado aparentemente era demostrar el hecho histórico de la resurrección ( Hech 1:2) y para impartir más instrucciones a sus discípulos ( Hech 1:3). La ascensión fue declarada necesaria para que sus seguidores pudieran recibir el Espíritu Santo ( Hech 2:33; Juan 16:7, 20:22). El Jesús resucitado, visible y palpable, se retiró para que ellos pudieran realizar más de su presencia y poder como el Señor ahora reconocido como el Espíritu Santo. Por tanto, Jesús quería dar a sus seguidores una prueba incuestionable de que había retornado a su gloria. Cuando Lucas nos relata la ascensión en su Evangelio agrega algo:... regresaron a Jerusalén con gran gozo ( Luc 24:52). A pesar de la ascensión, o tal vez debido a ella, los discípulos estaban seguros de que Jesús no se había alejado, sino que estaba con ellos para siempre.

La segunda venida. Los dos personajes vestidos de blanco (v. 10) de modo semejante al evento en la escena de la resurrección ( Luc 24:4), anuncian a los apóstoles que Jesús reaparecerá de la misma manera (v. 11) que lo ven ahora desaparecer, sólo que a la inversa, pues ahora desaparece subiendo y entonces reaparecerá descendiendo. Es alusión, sin duda, al retorno glorioso de Jesús en la segunda venida, parousia G3952, que desde ese momento constituye la suprema expectativa de la primera generación cristiana, y cuya esperanza los alentaba y sostenía en sus trabajos. En el NT se usa el concepto de la parousía especialmente para designar la venida del Cristo resucitado a su pueblo al final de un intervalo de tiempo indeterminado después de su resurrección ( Mat 24:3; 1Cor 15:23; 1Tes 2:1,19; 3:13; 4:15; 5:23; 2Tes 2:4,8; Stg 5:4,8; 2Ped 1:16; 3:4, 12; 1Jn 2:28). Se nota que estas citas representan a todos los escritores del NT, y se nota además que en estas citas no se utiliza segunda venida .

Las palabras segunda venida no son neotestamentarias. Lo más cercano son las palabras de Hebreos 9:28: La segunda vez, ya sin relación con el pecado, aparecer' para salvar a los que le esperan. El uso más antiguo de segunda venida parece ser de Justino Mártir, a mediados del siglo II.

La razón porqué no se encuentra el concepto de la segunda venida (como se emplea hoy en día) en el NT se halla en la comprensión de la escatología (la doctrina de los últimos días) judía del siglo I. Sin excepción, todos los autores del NT se vieron a sí mismos como viviendo en los últimos días. En el día de Pentecostés, Pedro interpretó la venida del Espíritu Santo como el cumplimiento de la promesa en Joel de que Dios derramaría su Espíritu en los postreros días ( Hech 2:17). En Hebreos, Dios al hablar de su Hijo lo describe diciendo en estos últimos días... (1:2). Juan dice explícitamente... ya es la última hora ( 1Jn 2:18). Las condiciones descritas como las que corresponden a los últimos días ( 2Tim 3:1; Jud. 18) tienen por intención describir los tiempos del autor. Los tiempos peligrosos y malos descritos eran los de esos autores y lectores. Los últimos tiempos habían comenzado cuando la Palabra se hizo carne ( Juan 1:14).

Los judíos dividían el tiempo en dos edades: esta era presente y la era venidera. La época presente es totalmente mala; no tiene esperanza; no puede reformarse; para ella no hay otro futuro que la destrucción total. Los judíos, por lo tanto, esperaban el fin de las cosas tal como eran. La época venidera sería totalmente santa y justa; sería la edad dorada de Dios; en ella habría paz, prosperidad y justicia; en ella, por fin, el pueblo elegido de Dios sería vindicado y recibiría el lugar que le correspondía por derecho. El día de la venida de Dios se llamaba el día del Señor .

Los judíos del primer siglo, incluyendo a los apóstoles, no esperaban un intervalo largo entre la era presente y la era venidera una vez que hubiera llegado el Mesías. Ellos pensaban que la era venidera iba a suceder en su propia generación. Por eso no entendían lo de vendr' de la misma manera como lo habéis visto ir al cielo (v. 11) como una segunda venida. Más bien era una venida de nuevo: un paso adicional de la primera venida. Al pasar el período apostólico sin el retorno de Cristo, entonces las generaciones subsecuentes de la iglesia apropiadamente comenzaron a referirse al regreso de Cristo como la segunda venida.

Pues bien, a la luz de lo que Pedro dice en su segunda carta:... una cosa no paséis por alto: que delante del Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza... el día del Señor vendr' como ladrón ( 2Ped 3:8 10), cada generación desde la primera venida de Cristo estaba viviendo potencialmente en los últimos días. En esta interpretación se puede decir justamente que hoy día estamos viviendo potencialmente en los últimos días que terminarán con la segunda venida de Jesucristo.

3. En espera del Espíritu Santo, 1:12-14

Estos versículos nos permiten dar una ojeada rápida al comienzo del movimiento cristiano. Después que el Maestro desapareció de entre ellos, los apóstoles vuelven de los Olivos a Jerusalén, perseverando un'nimes en oración (v. 14), en espera de la promesa del Espíritu Santo hecha por Jesús. Se encuentra aquí la lista de los once apóstoles. Hay otras tres listas de los apóstoles: Marcos 3:16 19, Mateo 10:2 4 y Lucas 6:13 16. Existe una dificultad en correlacionar algunos de los nombres en las cuatro listas, y se conoce muy poco, salvo los nombres, de la mayoría de los doce. Parece extraño que no hay en la literatura neotestamentaria datos adicionales en cuanto a ellos. Y son poco convincentes las detalladas historias apócrifas de los doce que aparecieron en el siglo II. La respuesta más plausible para este enigma increíble se explica por el libro de Los Hechos: parece que la mayoría no podía pasar más allá del enfoque nacionalista del judaísmo de su día. Por lo menos, no hay evidencia neotestamentaria de que la mayoría de los doce entraran con entusiasmo en las misiones mundiales.

A los apóstoles les acompañaban algunas mujeres, que no se nombran, a excepción de la madre de Jesús, pero bien seguro son de aquellas que habían acompañado al Señor en su ministerio en Galilea ( Luc 8:4,3), y aparecen luego también en la pasión y resurrección ( Mat 27:56; Luc 23:55 24:10).

Y hay también un tercer grupo, los hermanos de Jesús. De ellos se habla también en los Evangelios, e incluso se nos da el nombre de cuatro: Jacobo, José, Simón y Judas ( Mat 13:55,56; Mar 6:3). En aquel entonces se habían mostrado hostiles a las enseñanzas de Jesús ( Mar 3:21 32; Juan 7:5), pero se ve que, posteriormente, al menos algunos de ellos habían cambiado de actitud. Entre estos hermanos del Señor se destacará Jacobo, al que Pablo acude después de convertido en su primera visita a Jerusalén ( Gál 1:19), y es, sin duda, el mismo que aparece en Los Hechos como dirigente de la iglesia en Jerusalén (12:17; 15:13; 21:18; Gál 2:9 12). La tradición es que este Jacobo es el autor de la epístola de Santiago (lit., Jacobo. La tradición española convirtió el nombre en Santiago).

No es fácil saber si ese aposento alto (v. 13) donde ahora se reúnen los apóstoles es el mismo lugar donde fue establecida la cena del Señor. El término griego que aquí emplea Lucas es distinto del empleado en los Evangelios ( Mar 14:15; Luc 22:12). Sin embargo, el significado de los dos términos viene a ser idéntico, designando la parte alta de la casa, lugar de privilegio en las casas judías, más o menos espacioso, según la riqueza del dueño. Además, parece claro que Lucas se refiere a ese lugar como a un recinto ya conocido y donde se reunían los apóstoles habitualmente. Incluso es probable que se trate de la misma casa de María, la madre de Juan Marcos, en la que más adelante se reúnen los cristianos (12:12).

Entre la ascensión y Pentecostés (diez días) tenemos la imagen de una comunidad en espera de la venida del Espíritu Santo ( Luc 24:52; Hech 1:8). El libro de Los Hechos ha sido llamado el Evangelio del Espíritu Santo . Si una doctrina necesita ser redescubierta es la del Espíritu Santo, especialmente dentro del movimiento evangélico de América Latina hoy día. Quizá es muy desafortunado que hablemos tantas veces de lo sucedido en Pentecostés como la venida del Espíritu Santo, como si pensáramos que el Espíritu Santo comenzó a existir en ese momento. No es así; Dios es Espíritu, Dios es Santo, Dios es eternamente Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¿Qué concepto tenían los ciento veinte cristianos judíos (la iglesia en espera) del Espíritu Santo? No podemos imponer en la interpretación judía la plenitud de la doctrina cristiana del Espíritu Santo que la iglesia de hoy día ha heredado del NT y de 2000 años de pensamiento teológico-histórico. Estas ideas serían muy extrañas al pensamiento de los judíos del primer siglo: José ( Mat 1:18), Elisabet ( Luc 1:41), Zacarías ( Luc 1:67), María ( Luc 1:35), Simeón ( Luc 2:25), Juan el Bautista ( Luc 1:15), y también para los apóstoles y otros discípulos en espera. Para éstos debemos interpretarlo a la luz de la doctrina judía del Espíritu Santo, porque ésta, inevitablemente, es la forma en que José, María, Simeón y los discípulos de Jesús deben haber comprendido la idea del Espíritu Santo. ¿Qué es exactamente lo que estaban esperando en su espera del Espíritu Santo cuando oyeron a Jesús decir:... recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros (1:8)?

La fe en el Espíritu Santo era fundamental para Israel. La palabra espíritu (pnéuma G4151, que significa viento, soplo) y los grandes símbolos relacionados con él (el agua, el fuego, el aire) evocan una presencia a la vez muy fuerte: como el viento que agita el mar en la mañana de la creación ( Gén 1:2), que arrebata a los profetas ( 1Rey 18:12), y como el soplo vital del ser humano. El Espíritu Santo es al mismo tiempo la fuerza de Dios y su dinamismo, es la vida que se da al hombre ( Eze 37:9), y la inspiración dada por Dios a los profetas.

En el pensamiento judío el Espíritu Santo ejercía ciertas funciones bien definidas. Y son estas funciones que estaba buscando la iglesia en embrión. William Barclay ofrece las siguientes cuatro funciones básicas que nos sirven para entender el pensamiento judío sobre el Espíritu Santo: (1) El Espíritu Santo era la persona que traía la verdad de Dios a los hombres; (2) el Espíritu Santo capacitaba a los hombres para reconocer esa verdad cuando la veían; (3) los judíos relacionaban el Espíritu Santo particularmente con la obra de la creación; (4) los judíos relacionaban al Espíritu Santo sobre todo con la obra de recreación.

Además de esto, el judaísmo del primer siglo incluía también otro pensamiento tocante al Espíritu Santo. Según una creencia y una enseñanza familiar a los judíos de los últimos siglos antes de Cristo, los cielos estaban cerrados y el Espíritu Santo aún no había descendido sobre nadie (jefe o profeta) en Israel desde la desaparición de los últimos profetas: Hageo, Zacarías y Malaquías. Había cesado la profecía y desde aquel entonces el grupo judío se sentía afectado en los principios mismos de sus pretensiones nacionales. Israel, teóricamente, se había acabado; sin el Espíritu Santo ya no era posible una historia para ese pueblo. Se decía corrientemente que los cielos se abrirían a la llegada del Mesías, para que el profeta de los tiempos nuevos pudiera recibir el Espíritu.

Es dentro de esta comprensión y análisis que ahora entendemos mejor la pregunta de los apóstoles: Señor, ¿restituir's el reino a Israel en este tiempo? (1:6). Y al mismo tiempo comprendemos mejor la respuesta de Jesús: A vosotros no os toca saber ni los tiempos ni las ocasiones que el Padre dispuso por su propia voluntad. Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros... (1:7, 8). Aunque Dios nunca ha dejado el mundo que él creó sin su presencia, los judíos creían que el Espíritu Santo los había abandonado durante los 400 años entre Malaquías y el primer siglo después de Cristo (comúnmente nos referimos a esta era como el período intertestamentario). Sin duda los discípulos pensaban que en el día de Pentecostés estaban experimentando la infusión otra vez (el regreso) del Espíritu Santo y no el comienzo de su existencia en ese momento.

Es menester esta comprensión de las ideas judías en cuanto al Espíritu Santo antes de llevar a cabo un estudio cuidadoso del resto del libro de Los Hechos. Sobre este fondo religioso los cristianos pueden desarrollar una hermenéutica sana (los principios sanos de interpretación) con la cual podrán interpretar correctamente lo que este libro quiere decirnos y enseñarnos acerca del Espíritu Santo.

4. Elección de Matías, 1:15-26

La expresión En aquellos días (v. 15), es una fórmula vaga y más o menos común (6:1; 11:27), que suple la falta de precisiones cronológicas.

Tenemos aquí la primera intervención de Pedro, quien aparece como jefe del naciente movimiento cristiano. Lo mismo sucede en los siguientes capítulos de Los Hechos hasta el cap. 15 (2:14 37; 3:5 12; 4:8; 5:3 29; 8:20; 9:32; 10:5 48; 11:4; 12:3; 15:7); posteriormente, Lucas ya no vuelve a hablar de él. La prominencia de Pedro en la comunidad cristiana más temprana es un hecho reconocido. La verdad triste de que su nombre ha sido explotado y su papel retorcido de parte de un gran segmento del movimiento cristiano de hoy día no debe dejar lugar a ocultar el papel verdadero de este gran apóstol. Es un hecho bíblico que Pablo respetó a Pedro tanto que después de su conversión hizo un viaje a Jerusalén para conocerlo personalmente ( Gál 1:18).

El liderazgo de Pedro en la iglesia de Jerusalén pronto se cedió a otro líder. No hay bases neotestamentarias que sostengan la idea de que Pedro en algún momento fue el obispo de Jerusalén, en el sentido monárquico que se encuentra más tarde. Claro que tenía un reconocido papel de liderazgo hasta que éste fue transferido a Jacobo, el hermano de Jesús. A través de este período los doce apóstoles ejercían una función tan distintiva que en sí misma hubiera excluido cualquiera idea de un episcopado monárquico. Más allá de eso, la congregación completa practicaba una autoridad que imposibilitaría cualquier dominio de solamente un hombre, una práctica que emergió gradualmente en los siglos siguientes. Es igualmente claro que ninguna autoridad episcopal fue transferida de Jerusalén a Roma. No se sabe cuándo el movimiento cristiano alcanzó a Roma; probablemente llegó muy temprano, pero sin la presencia de un apóstol. Pablo escribió a los cristianos romanos varios años antes de su visita a Roma. Si Pedro llegó a Roma alguna vez fue solamente cuando ya la iglesia estaba muy bien establecida. En el libro de Los Hechos se conoce a Pedro mejor como misionero que como administrador. Pedro, el misionero, no poseyó ningún oficio episcopal para transferirse de Jerusalén a Roma o a algún otro lugar.

Es curiosa esa necesidad, elaborada en el discurso de Pedro, de tener que completar el número de los discípulos y así substituir a Judas. Se trataría de una necesidad de orden simbólico, al igual que habían sido doce los patriarcas del Israel de la carne ( Rom 9:8; Gál 6:16). Serán ellos, los doce apóstoles, los que engendren en Cristo a los creyentes y constituyan las columnas del nuevo pueblo de Dios ( Gál 2:9; 1Ped 2:9,10).

Pedro fundamenta la necesidad de esa substitución en que ya está predicha en la Escritura, y cita los Salmos 69:26 y 109:8, fundiendo las dos citas en una. En los versículos de referencia pide que el impío sea quitado del mundo y quede desierta su casa, pasando a otro su cargo. Pedro aplica esto a Judas, que entregó al Señor. No es fácil concretar el sentido de la expresión aplicada a Judas, de que se extravió para irse a su propio lugar (v. 25). Generalmente se interpreta como una indirecta para indicar el infierno ( Mat 26:24); pero muy bien pudiera aludir simplemente a la nueva posición que él escogió, saliendo del apostolado, es decir, el lugar de traidor (un apóstata), con sus notorias consecuencias, el suicidio inclusive, predichas ya en la Escritura.

En cuanto a la alusión que se hace a la muerte de Judas, diciendo que adquirió un campo... se reventó... (1:18, 19), parece difícilmente armonizable con lo que dice Mateo de que Judas se ahorcó y son los sacerdotes quienes adquieren el campo para sepultura de extranjeros ( Mat 27:3 8). Es notable la divergencia entre los comentaristas en cuanto a la solución de esta aparente contradicción. Para la mayoría de los intérpretes modernos se trata de dos relatos independientes el uno del otro, que circulaban en tradiciones orales y que coinciden en lo esencial, pero no en pequeños detalles. Sin embargo, otros autores, particularmente los antiguos, creen que ambos relatos se pueden armonizar. Ellos reconstruyen así la escena: Los sacerdotes adquieren un campo con el dinero que Judas logró al entregar a Jesús, y sería en ese campo donde habría sido enterrado Judas, adonde habría ido a ahorcarse, según Mateo. Pero en el acto de ahorcarse se habría roto la cuerda o la rama a que estaba atada, cayendo el infeliz de cabeza y reventándose. En cuanto al nombre del campo Acéldama ( Hech 1:19), parece que Lucas lo deriva de la sangre de Judas, mientras que Mateo lo deriva del precio con que se compró el campo del Alfarero ( Mat 27:10), que fue la sangre de nuestro Señor. Tal vez eran corrientes ambas tradiciones.

En la selección de Matías surge la necesidad de esa substitución por la apostasía de Judas y no por la necesidad del establecimiento de un apostolado perpetuo de los sucesores. Fue su apostasía, y no su muerte, que hizo necesario el reemplazante de Judas para completar los doce. Por ejemplo, no encontramos ningún esfuerzo de parte de la iglesia temprana para nombrar un reemplazante por la vacante dejada por el martirio de Jacobo, el hermano de Juan (12:2). El uso del concepto de apostasía en ese contexto quiere decir que Judas no cumplió su nombramiento para ser un testigo ocular de la vida, crucifixión y resurrección de Jesucristo, y en lo particular no interpretó justamente este acontecimiento histórico. Este pasaje no constituye un texto de prueba para una sucesión apostólica. Los sistemas jerárquicos que evolucionaron más tarde durante el período patrístico no deben servir como la norma para la interpretación de esta situación simple.

Lo más importante en la elección de Matías es que brinda tres verdades de suma importancia. De este pasaje es claro que había tres requisitos únicos para este ministerio y apostolado, cuyo fin era servir como testigos oculares de la historicidad de la encarnación de Dios. En primer lugar, debía haber acompañado a Jesús desde el bautismo de Juan hasta la ascensión (v. 21 s.); en segundo lugar, tenía que ser testigo de su resurrección (v. 22); y en tercer lugar, ser nombrado personalmente por el Señor mismo (1:24 s.). Desde el principio los once habían oído, habían visto con sus ojos, y aun habían contemplado y palpado con sus manos al Verbo de vida. Jesús no es una figura libresca. Es una presencia viviente y los apóstoles dan testimonio del hecho de que conocían al Señor resucitado y se habían encontrado con él. La resurrección de Jesús era el hecho más importante en la experiencia del movimiento cristiano. Sin la resurrección el movimiento hubiera muerto. Los once fueron nombrados personalmente y de inmediato por Jesús, y el reemplazo de Judas también debía ser la selección personal del Señor. En el contexto del NT, un apóstol del Señor recibió su nombramiento directamente del Jesús encarnado o del Cristo resucitado; por eso, fue inmediato, único e intransferible a través de una cadena de sucesión.

A nuestra manera de pensar resulta un poco chocante el método de las suertes para la elección de Matías. Pero tengamos en cuenta que era un método de uso muy frecuente en el AT ( Lev 19:4,9; Núm 26:55; Jos 7:14; 1Sam 10:20), en conformidad con aquello que se dice en Proverbios: Las suertes se echan en el regazo, pero a Jehovah pertenece toda su decisión ( Prov 16:33). Entre los judíos era algo muy natural, debido a que todos los puestos y tareas en el templo se distribuían por sorteo. La forma corriente de hacerlo era escribiendo los nombres de los candidatos sobre piedras; se ponían las piedras en una vasija y se la sacudía hasta que una cayera; y aquél cuyo nombre estaba en la primera piedra que caía era elegido para ocupar el puesto. En el caso de Matías, los apóstoles pensaron que la elección de un nuevo apóstol debía ser hecha de manera inmediata por el mismo Jesucristo y, acompañado de oración, juzgaron oportuno ese método para que se diera a conocer su voluntad.

Notamos que, aunque reconocemos este incidente de seleccionar un líder en el movimiento cristiano temprano como un hecho histórico, no insistimos en que las iglesias de hoy usen este pasaje como autoridad para que dupliquemos este procedimiento. Repetir este método para conocer la voluntad de Dios en las iglesias de hoy día no garantizará que los resultados de veras sean la voluntad de Dios. Concluimos que este fenómeno, y muchos otros que se encuentran en el libro de Los Hechos, se debe limitar a la época mesiánica, es decir, durante la vida y el ministerio de Jesucristo, y el período apostólico.