Comentario Biblico


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1 Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas,

2 tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra,

3 me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo,

4 para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido.

5 Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet.

6 Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor.

7 Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada.

8 Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase,

9 conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor.

10 Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso.

11 Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso.

12 Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor.

13 Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan.

14 Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento;

15 porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre.

16 Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos.

17 E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.

18 Dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada.

19 Respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas nuevas.

20 Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.

21 Y el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que él se demorase en el santuario.

22 Pero cuando salió, no les podía hablar; y comprendieron que había visto visión en el santuario. El les hablaba por señas, y permaneció mudo.

23 Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa.

24 Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo:

25 Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres.

26 Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,

27 a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.

28 Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres.

29 Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.

30 Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.

31 Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.

32 Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre;

33 y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

34 Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón.

35 Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.

36 Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril;

37 porque nada hay imposible para Dios.

38 Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.

39 En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá;

40 y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet.

41 Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo,

42 y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.

43 ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?

44 Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.

45 Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor.

46 Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor;

47 Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.

48 Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.

49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre,

50 Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen.

51 Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.

52 Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes.

53 A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos.

54 Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia

55 De la cual habló a nuestros padres, Para con Abraham y su descendencia para siempre.

56 Y se quedó María con ella como tres meses; después se volvió a su casa.

57 Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un hijo.

58 Y cuando oyeron los vecinos y los parientes que Dios había engrandecido para con ella su misericordia, se regocijaron con ella.

59 Aconteció que al octavo día vinieron para circuncidar al niño; y le llamaban con el nombre de su padre, Zacarías;

60 pero respondiendo su madre, dijo: No; se llamará Juan.

61 Le dijeron: ¿Por qué? No hay nadie en tu parentela que se llame con ese nombre.

62 Entonces preguntaron por señas a su padre, cómo le quería llamar.

63 Y pidiendo una tablilla, escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y todos se maravillaron.

64 Al momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios.

65 Y se llenaron de temor todos sus vecinos; y en todas las montañas de Judea se divulgaron todas estas cosas.

66 Y todos los que las oían las guardaban en su corazón, diciendo: ¿Quién, pues, será este niño? Y la mano del Señor estaba con él.

67 Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo:

68 Bendito el Señor Dios de Israel, Que ha visitado y redimido a su pueblo,

69 Y nos levantó un poderoso Salvador En la casa de David su siervo,

70 Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio;

71 Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron;

72 Para hacer misericordia con nuestros padres, Y acordarse de su santo pacto;

73 Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, Que nos había de conceder

74 Que, librados de nuestros enemigos, Sin temor le serviríamos

75 En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días.

76 Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos;

77 Para dar conocimiento de salvación a su pueblo, Para perdón de sus pecados,

78 Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, Con que nos visitó desde lo alto la aurora,

79 Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; Para encaminar nuestros pies por camino de paz.

80 Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.


CAPÍTULO 01 INTRODUCCIÓN 1. San Lucas dejó a la humanidad dos libros: el Evangelio y los Hechos de los apóstoles. En la introducción del segundo se dice: «Escribí mi primer relato, oh Teófilo, acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó hasta el día en que fue arrebatado a lo alto, después de dar instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que se había elegido» (Act 1:1s). Designa el Evangelio y los Hechos con el término logos. Lo que liga a ambos libros es la palabra de Dios. Es también lo que enlaza las dos épocas de que tratan los dos escritos: el tiempo de Jesús y el tiempo subsiguiente de la Iglesia. La obra histórica de Lucas quiere presentar la palabra de Dios que fue proferida por medio de Jesús y que sigue actuando en la predicación misionera cristiana. Esta idea está formulada en cierto modo en las siguientes palabras de los Hechos: «Nosotros, pues, os anunciamos que la promesa hecha a los padres, Dios la ha cumplido en favor de los hijos, que somos nosotros, suscitando a Jesús...» (Act_1 3:32s). El Evangelio es punto de partida y base para el acontecer que se desarrolla en los Hechos de los apóstoles. En efecto, la palabra que envió Dios es la acción salvadora de Jesucristo en Judea (Act 10:36s). La historia de Jesucristo es, por tanto, la palabra de Dios. El hecho de Cristo es una palabra que habla en la predicación apostólica. Lucas presentó en los Hechos de los apóstoles el acontecimiento de Cristo como cumplimiento de la palabra profética que había sido dirigida a los padres, y como punto de partida de la predicación misionera. En Jesucristo está ya delineado todo lo que los Hechos refieren sobre la palabra de Dios. El evangelista diseñó una imagen de Cristo que presenta a Jesús como la palabra de Dios. La clave para la inteligencia del Evangelio nos la ofrecen los Hechos de los apóstoles. Se describe a Jesús como profeta «poderoso en obras y en palabras». Es más que profeta; es el profeta de los últimos tiempos, el Santo de Dios, el Hijo de Dios. Su palabra es, por tanto, revelación final, palabra decisiva, definitiva. La fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, es el que sugiere en los últimos tiempos el lenguaje de salvación que abre las bocas y los corazones de todos (Act 1:8; Act 2:4). Con este Espíritu fue ungido Cristo desde el principio, este Espíritu recibieron los apóstoles de Cristo elevado a la diestra del Padre. Gracias a él actúan los testigos con gran fuerza y refuerzan la palabra mediante signos y prodigios que el Señor hace que se produzcan por su mano (Act 4:33s; Act 14:8s), así como anteriormente Jesús, ungido por el Espíritu, había tenido poder sobre las enfermedades, los demonios, la muerte y el pecado. La palabra del Señor se propaga por toda la región (Act 13:49). Crece (Act 6:7), «crece y se multiplica» (Act 19:20) y se muestra poderosa. Los Hechos de los apóstoles no quieren exponer otra cosa que el cumplimiento de la promesa del Resucitado: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que sobre vosotros vendrá; y seréis testigos míos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Act 1:8). El evangelio presenta ya el comienzo de esta expansión, de esta propagación de la palabra de Dios hasta los confines de la tierra. La palabra de Dios vino del cielo a una ciudad de Galilea, a Nazaret, allí comenzó a actuar después del bautismo y llenó toda la región de Palestina. San Lucas no se cansa de repetir cómo la palabra de Dios tiende a propagarse por todas partes. La voz de Jesús pasó de Palestina a las regiones limítrofes de los gentiles; las muchedumbres acuden a Jesús de todas partes. Lucas presentó a Jesús como caminante. Es un caminante en la historia de la infancia, en su actividad en Galilea, en su gran «viaje», incluso como resucitado (Act 24:13 ss). Jesús camina de Galilea a Jerusalén, donde es elevado al cielo, para enviar la virtud del Espíritu Santo, que arma a los apóstoles como a testigos itinerantes. La palabra anunciada por Dios por medio de Jesucristo, es la palabra de los apóstoles. Los servidores de Dios hablan palabra de Dios ( Act 4:29). Atestiguan lo que han visto y oído (Act 1:2.22). El Evangelio habla de estos testigos, refiere cómo fueron ganados y elegidos en Galilea y cómo acompañaron a Jesús hasta que fue elevado al cielo. Las secciones en que se habla de la actividad en Galilea se cierran cada vez con otros tantos llamamientos de discípulos (Act 5:1 ss; Act 5:27 ss) y con actividades de los mismos (Act 8:1 ss; Act 9:1 ss; Act 9:49 ss). Todos los que han recibido la palabra de Dios se convierten a su vez en apóstoles y heraldos de la palabra. Así, al extenderse la palabra de Dios se multiplica también el número de los discípulos. Según los Hechos de los apóstoles, la palabra de Dios es palabra de salvación (Act 13:26) y de vida (Act 14:3; Act 20:32). Así es también palabra de «conversión a Dios y de fe en nuestro Señor Jesucristo» ( Act 20:21) y de perdón de los pecados ( Act 3:19; Act 13:38; Act 26:18). La palabra es llamamiento de Dios, bajo la forma del hecho de Jesús; a este llamamiento se debe responder con fe y conversión. Este llamamiento debe oírlo, percibirlo, creerlo (Act 4:4) cada uno en particular. Si lo hace, experimentará salvación, consolación, paz. La prehistoria y la cimentación de esta acción de la palabra en la predicación misionera de los Hechos de los apóstoles la ofrece el Evangelio, que nos habla del poder y fuerza salvífica de la palabra de Jesús. 2. Los cristianos de la primera generación estaban convencidos de que a la resurrección de Jesús no tardaría en seguir su segunda venida y la resurrección general de los muertos (Rom 13:11; 1Th 4:15). Esta esperanza de la próxima venida de Cristo no se realizó. Cuando escribía Lucas su Evangelio y los Hechos de los Apóstoles había ya hecho estragos la persecución de los cristianos por Nerón, los romanos habían tomado Jerusalén, el templo había sido destruido por las llamas, pero la segunda venida de Cristo no había tenido lugar. Los Hechos de los apóstoles dan que pensar: «No os corresponde a vosotros saber los tiempos o momentos que el Padre ha fijado por su propia autoridad» (Act 1:7). Entre la ascensión de Jesús y su segunda venida se ha de intercalar un período de tiempo más largo de lo que se había creído en un principio, un período que ha de tener sentido en el transcurso de la historia de la salvación. Los cristianos no pueden sencillamente cruzarse de brazos y estarse mirando al cielo: «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí parados mirando al cielo? Este mismo Jesús que os ha sido arrebatado al cielo volverá de la misma manera que le habéis visto irse al cielo» (Act 1:11). Hay que cumplir un gran encargo de Jesús: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que sobre vosotros vendrá, y seréis testigos míos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Act 1:8). La historia de la salvación desde el principio del mundo hasta la segunda venida de Cristo transcurre, según esta concepción de Lucas, en tres épocas. La primera es el tiempo de la promesa, en el que Dios preparó a su pueblo, mediante la ley y los profetas, para la salvación venidera (Act 16:16). Esta época terminó con Juan el Bautista. La segunda época es el tiempo de la realización, la del cumplimiento, el «año de gracia del Señor» (Act 4:19), el tiempo de Cristo, que se extiende desde el comienzo de su vida en la tierra hasta el momento de su ascensión al cielo. Puede llamarse también la mitad o punto medio de los tiempos. En este período de tiempo se realizó, por lo menos incipientemente, en un pequeño espacio y por breve tiempo, el comprendido entre los emperadores romanos Augusto y Tiberio, lo que se había predicho en el tiempo de la promesa. Se cumplió con creces lo que Dios había realizado por medio de los profetas. Los demonios son vencidos, la enfermedad y la muerte superadas, se anuncia a los pobres la buena nueva, se perdonan los pecados, está presente el amor de Dios. A este punto medio de los tiempos sigue un tiempo para el que Jesús envió fuerzas e incluso el Espíritu Santo. En este tiempo se extiende la palabra de Dios hasta los confines de la tierra. Es el tiempo de la Iglesia, que fue fundada ya en el segundo período, en la mitad de los tiempos, y que ahora se va desarrollando. Las tres épocas se hallan en relación mutua. La mitad de los tiempos es realización del tiempo de la espera; por eso se prepara y se interpreta mediante la Sagrada Escritura (Act 24:44-47). Lucas cita raras veces la Sagrada Escritura, pero en los pasajes del Evangelio que son exclusivos de él es con frecuencia su exposición un tejido en el que están entrelazados numerosos hilos del Antiguo Testamento. Los acontecimientos del tiempo de Jesús se explican a la luz del Antiguo Testamento. De la palabra de Dios reciben el sentido que Dios mismo les había prefijado, se hace visible el plan de Dios que él realiza con la historia de la salvación. Mientras que el tiempo de la espera mira hacia adelante a la mitad de los tiempos, el tiempo de la Iglesia mira a la misma con una mirada retrospectiva. En este tiempo medio está contenido todo aquello de que vive el tiempo de la Iglesia. El Espíritu Santo, que es la fuerza de la Iglesia. era también la fuerza de Jesús, que con él fue ungido, por él oró, enseñó, obró; movido por él, caminó a través del país. La vida de Jesús es para la Iglesia el arquetipo de la vida. Sus sufrimientos son también los de los discípulos, sus experiencias son también las experiencias de la Iglesia. El Evangelio da la clave de la doctrina y de la vida de la Iglesia. Lucas escribe su Evangelio para que Teófilo pueda procurarse certeza histórica acerca de aquello sobre lo que ha sido instruido (1,4). Lo que Jesús vivió y enseñó, hay que realizarlo día tras día (9, 23). 3. Dios es el que actúa a través de todas las épocas de la historia. Lucas quiere narrar las grandes gestas de Dios en la historia, siendo así historiador y narrador. Jesús tiene que llevar a cabo el plan salvador de Dios. Lucas insiste más que los otros evangelistas en esta necesidad. El Resucitado habla así a los discípulos: «¡Oh, torpes y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Cristo padeciera esas cosas para entrar en su gloria?» (24,25s). Jesús obra con la autoridad de Dios. Su obra es manifestación de Dios. Esto fluye del coloquio del Hijo con el Padre, que se lo ha dado todo: poder y doctrina. De esta unión con Dios recibe Jesús sabiduría, decisión en la elección de los discípulos, la gloria de la filiación divina en el bautismo, en la transfiguración y en la resurrección. Dios quiere mostrarse como el que actúa a través de todas las épocas de la historia de la salvación. ésta no viene de los hombres, sino de Dios. «En la tierra paz entre los hombres, objeto del amor de Dios» (2,14). Lo que el hombre aporta, y debe aportar, es su pobreza. El programa de la acción salvífica de Jesús está contenido en el pasaje de la Escritura que se leyó en la sinagoga y del que dijo Jesús que se había cumplido cn aquella hora: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para anunciar el Evangelio a los pobres; me envió a proclamar libertad a los cautivos y recuperación de la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar un año de gracia del Señor» (Isa 61:1s; Isa 58:6). De aquí viene el que el evangelio de Lucas sea el evangelio de los pobres que viven en pobreza social, de los pecadores, de los adeudados, de las mujeres que están humilladas y no gozan de plena consideración social, de los que lloran. Jesús mismo forma parte de los pobres. Viene de Nazaret, nace en un establo, no tiene dónde reclinar la cabeza... El magnificat de la humilde esclava (1.46-55) es indicación del tiempo de la salud que comienza con Jesús. Dios sale por los humildes, los desvalidos y los pobres. El que está pagado de su propio poder cierra su corazón para con Dios, y Dios se cierra al que se le cierra. A través de todas las épocas de la historia de la salvación exige Dios que sean pequeños los que quieren recibir su salud. El hombre se hace pequeño con la conversión. El tiempo de salvación es tiempo de misericordia con todos. Ahora bien, el presupuesto para recibir la salvación es la conversión: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan» (5.32) «Para que se conviertan» es un añadido de Lucas. El hombre se hace cargo de su situación mediante la palabra de Dios; ésta le informa sobre el juicio venidero y le descubre que es pecador. La preparación para la venida de Jesús, es conversión, arrepentimiento y paciencia. Si Dios es el que obra en el tiempo de la salud, entonces le corresponde la alabanza. Los relatos de los prodigios realizados por Jesús acaban repetidas veces con la alabanza de Dios. Las alabanzas más extensas de Dios por sus obras salvíficas son el benedictus y el magnificat. Pero también el pueblo que se entera del nacimiento de Jesús (2,20), al igual que Isabel (1,41 ss), alaba a Dios. A las obras de Jesús se responde con alabanzas de Dios (4,15; 13,13; 18,43). Después de la resurrección del hijo de la viuda de Naím, estalla el pueblo en un canto de alabanza que reza así: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo» (7,16; cf. 1,68). Jesús juzga conveniente que los sanados alaben a Dios (17,15.18). Las obras salvíficas de Dios por medio de Jesús apuntan al reconocimiento de Jesús y en definitiva a la alabanza de Dios. «Cuando el centurión vio lo sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: "Realmente, este hombre era un justo"» (23,47). También los Hechos de los apóstoles ponen de relieve la asociación entre obra salvadora de Dios por Cristo, conversión y alabanza: «Si, pues, Dios les otorgó el mismo don que a nosotros cuando creímos en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder impedírselo a Dios? Al oír esto, se tranquilizaron y glorificaron a Dios, diciendo: Según esto, Dios ha dado también a los gentiles la conversión que conduce a la vida» (Act 11:17s). En el templo comienza el Evangelio de Lucas, y en el templo termina. La liturgia de la oblación del incienso es la introducción del gran hecho salvador, el culto sinagogal en Nazaret inaugura la actividad pública de Jesús, las asambleas de la Iglesia naciente se efectúan en el templo de Jerusalén. «Y estaban continuamente en el templo, bendiciendo a Dios» (Act 24:53). PROPÓSITO DEL EVANGELISTA Lc/01/01-04 San Lucas comienza con un prólogo que se adapta al uso literario de los escritores de su épocas (*). En un período amplio y cuidadosamente elaborado se habla de lo que ha dado pie para escribir la obra, de su contenido, fuentes, método y fin. Con ello se trata de hallar acceso al mundo del helenismo. 1 En vista de que muchos emprendieron el trabajo de componer un relato de los sucesos que se han cumplido entre nosotros, 2 según nos los transmitieron los que fueron testigos oculares y luego servidores de la palabra, 3 también yo, después de haber investigado con exactitud todos esos sucesos desde su origen, me he determinado a escribírtelos ordenadamente, ilustre Teófilo, 4 a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. El Evangelio de Lucas tiene precedentes y modelos. Ha utilizado el Evangelio de Marcos y tiene afinidad con el evangelio de san Mateo. Muchos emprendieron el trabajo... es sin duda una fórmula exigida por la estructura literaria del prólogo. Quien escribe un Evangelio emprende una gran obra. Lucas sólo se permite afrontar esta empresa porque otros lo han hecho también ya antes que él. El autor va a escribir sobre sucesos que Dios había preanunciado y que ahora se están cumpliendo entre los cristianos a quienes escribe Lucas. «Dios ha enviado el mensaje a los hijos de Israel y ha anunciado el Evangelio de paz por medio de Jesucristo» (Act 10:36). Este mensaje, esta palabra que anuncia y aporta salvación, tuvo comienzo con Jesucristo (Heb 2:3), que es el punto medio de la historia y la obra salvífica de Dios. Comenzando por Galilea, se extendió la palabra a toda Judea, es decir, Palestina; después de la ascensión de Jesús al cielo, la anunciaron en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra (Act 1:8), los apóstoles, con la virtud del Espíritu Santo. Desde entonces no se ha detenido esa palabra, no ha cesado de extenderse anunciando y aportando la salvación que Dios había prometido. La fuente de la narración de Lucas y de sus predecesores es la tradición de la Iglesia que se remonta a testigos oculares. éstos presenciaron y vivieron los grandes sucesos de la historia de la salvación. Sólo podía ser heraldo del mensaje de Cristo después de su ascensión al cielo quien hubiera sido testigo «todo el tiempo en que anduvo el Señor Jesús entre nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue arrebatado» (Act 1:21s). Estos testigos de «todas las cosas que hizo Jesús en la región de los judíos y en Jerusalén» ( Act 10:39) fueron también servidores de la palabra. Dios los autorizó y los equipó para que se pusieran al servicio de la grandeza divina do la palabra. Bajo la palabra proclamada por los testigos y servidores de la palabra se halla la palabra de Jesús, en la que Dios nos habla a nosotros. San Mateo comienza su Evangelio con estas palabras: «Genealogía de Jesucristo», y Marcos: «Principio del evangelio de Jesucristo». Los autores se mantienen ocultos tras su obra. San Lucas se declara sin reparos: Me he determinado. Su obra deberá figurar en la bibliografía, ha de ocupar un puesto en el mundo de los libros. Además, su autor dio a la tradición un sello más personal que sus predecesores, aun conservando la forma original de la predicación de Jesús. Escribe como helenista culto, como médico y discípulo de Pablo ( Col 4:14). Los evangelistas quieren, con el fervor de su fe, encender también en otros un fervor semejante, pero siempre manteniéndose fieles a lo transmitido por tradición. Lucas, como investigador de la historia, quiere emprender su obra con exactitud. Sigue los acontecimientos remontándose hasta el principio e investiga todo lo que está garantizado por los testigos oculares. Finalmente trata de narrar seguidamente y por orden todo lo que ha recogido. Ha puesto en todo el mayor empeño. Entre los Evangelios es el de Lucas el que más se acerca por la forma a una exposición histórica de la vida de Jesús. Lucas es el «historiador de Dios». Pero tampoco él quiere limitarse a escribir una historia o una biografía de Jesús, sino que tiene la intención de anunciar una buena nueva que aproveche para la salvación. La obra está dedicada al ilustre Teófilo. ¿Quién era este Teófilo, este «amado de Dios»? ¿Se llamaba así? ¿Le dio Lucas este nombre porque era realmente «amigo de Dios»? ¿Qué personalidad se oculta bajo este nombre? En todo caso debía de ser un hombre de influencia, un alto funcionario; de lo contrario no se le daría el calificativo de «ilustre» (cf. Act 23:26). Era un hombre acomodado y de prestigio. Se le dedica el Evangelio para ponerlo bajo su protección, a fin de que alguien corra con los gastos de copiarlo y propagarlo. Como la palabra hecha hombre se hizo dependiente de hombres, así también la palabra de Dios en el libro debe contar con servicios humanos. La predicación de la fe por la Iglesia había despertado en Teófilo la fe. Lucas quiere, con su Evangelio, dar a esta fe certeza y seguridad histórica. Nuestra fe no se apoya en mitos y en leyendas inventadas, sino en hechos históricos. Lo que se cree y se vive en la Iglesia tiene su ultimo fundamento en Jesucristo, que actuó en este mundo en una hora histórica. ............... * Cf. el prólogo del médico Dioscórides (en tiempo de Nerón) a su libro de medicina: «Dado que no sólo muchos antiguos sino también modernos han escrito sobre la preparación y la virtud de los medicamentos.... querido Ario, yo también voy a intentar ..» ................. Parte primera EL COMIENZO DE LA SALVACIÓN 1,5-4,13 El tiempo en que fue preanunciada la salvación llega a su término con Juan Bautista; el tiempo en quo se realiza lo anunciado y prometido comienza con Jesús. Juan es «el mayor entre los nacidos de mujer; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él» (7,28). Jesús está por encima del Bautista. Tres veces se comienza con Juan y tres veces se continúa con Jesús. Cada comienzo de Juan sirve a Jesús: la anunciación (1,5-56), el nacimiento y la infancia (1,572,52), la actividad pública (3,1-4,13). Los relatos transcurren de manera análoga, pero los informes acerca de Jesús superan a los relatos sobre Juan incluso en su aspecto externo, por lo que se refiere a su extensión. Jesús tiene que crecer, Juan tiene que disminuir (Joh 3:30). Jesús fue preparado por el Bautista; el Bautista es heredero de grandes personalidades de la historia de Israel, de Sansón, de Samuel, de Elías. Palabras del Antiguo Testamento con que se diseñan estas personalidades sirven también para presentar a Juan y a Jesús. La historia de la salvación no destruye lo que ella misma ha creado, sino que echa mano de ello y lo lleva a la perfección. La luz brilla cada vez con mayor claridad hasta que despunta el día. Dios obra cada vez con mayor poder: «Haré nuevamente con este pueblo extraordinarios prodigios, ante los que fallará la ciencia de los sabios y será confundida la prudencia de los prudentes» (Isa 29:14). Cristo es la realización de la historia de la salud. I. LA PROMESA (Isa 1:05-56). El mismo mensajero de Dios, Gabriel, anuncia el nacimiento de Juan (1,5-25) y el de Jesús (1,26-38); ambos se encuentran al encontrarse las madres (1,39-56). 1. ANUNCIACIÓN DEL BAUTISTA (Lc/01/05-25). a) De un suelo santo (1,5-7). 5 En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías. Su mujer era de la descendencia de Aarón y se llamaba Isabel. 6 Ambos eran auténticamente religiosos ante Dios, llevando una conducta intachable en conformidad con todos los mandamientos y órdenes del Señor. 7 Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; además, eran ambos de avanzada edad. Las obras salvíficas de Dios se llevan a cabo en la historia de los hombres. También el libro de Judit comienza en forma análoga a la historia de la infancia de Jesús: «En los días de Arfaxad» (Jdt 1:1). La historia sagrada requiere un estilo bíblico. Los días de Herodes caen en el tiempo que va del 40 al 4 a.C. Mientras que el nacimiento de Juan se asocia al tiempo de Herodes, rey de Judea (Palestina), el nacimiento de Jesús tiene lugar en el tiempo del emperador Augusto, que reinaba sobre «el mundo entero» (Jdt 2:1). Juan está todavía encerrado en la estrechez de Judea, Jesús trae la salvación al mundo entero. La anunciación de Juan está envuelta en claridades de santidad. El Bautista se halla en el umbral del tiempo de la salvación y es el presagio de la santificación venidera. Cuando Dios establezca su reinado en Cristo, santificará su nombre (Jdt 11:2; Eze 20:41). La manifestación de la gloria de Dios es también la manifestaci6n de su santidad. Los padres de Juan cuentan entre los santos del país. El padre es sacerdote del turno de Abías, y la madre tiene por antepasado al sumo sacerdote Aarón. El matrimonio de ambos respondía a los imperativos sagrados de la ley sacerdotal: el sacerdote tomaba por esposa a la hija de un sacerdote. En Israel se propaga el sacerdocio por generaci6n. Juan es sacerdote, está consagrado al servicio de Dios, es santo. Sin embargo, realizará este servicio de Dios muy diferentemente que su padre... Zacarías («Dios se acordó») e Isabel («Dios juró») son santos, porque son justos delante de Dios. Observan todos los preceptos de la ley de Dios. La descendencia y vocación sagrada se vive en la obediencia a la voluntad de Dios. La santidad es obediencia a Dios. Grandes figuras de la historia sagrada habían sido hijos de madres estériles, don y presente de Dios, fruto de la intervención divina en la naturaleza fallida: Isaac (Gen 17:16), el juez Sansón (Jdg 13:2), Samuel (lSam 1-2). También Juan había de ser una de estas figuras. La exposición de la anunciación de Juan está inspirada en la historia de la anunciación de estos grandes hombres. Juan fue un hijo otorgado por la gracia de Dios, consagrado a Dios y santificado de manera nueva. b) Anunciado en una hora sagrada (Jdg 1:8-12). 8 Sucedió, pues, que mIentras él estaba de servicio delante de Dios, según el orden de su turno, 9 le tocó en suerte, conforme a la costumbre litúrgica, entrar en el santuario del Señor para ofrecer el incienso, 10 y mientras ofrecía el incienso, todo el concurso del pueblo estaba orando fuera. 10 Entonces se le apareció un ángel del Señor, puesto en pie, a la derecha del altar del incienso. 12 Zacarías, al verlo, se turbó, y lo invadió el miedo. La historia del precursor de Jesús comienza en el santuario del templo. Sólo los sacerdotes pueden entrar en él, el pueblo ora fuera. El mismo sacerdote puede entrar únicamente cuando le toca en suerte desempeñar el ministerio sagrado cerca de Dios. Dios está cerca de su pueblo en el templo. Sin embargo, sólo está permitido acercarse a Dios al que es llamado por él: por elección y suerte. El Dios santo es el Dios lejano, inaccesible. La anunciación de Juan tiene lugar mientras se está orando solemnemente. El sacrificio del incienso simboliza la oración que se eleva a Dios. «Séate mi oración como el incienso, y el alzar a ti mis manos, como oblación vespertina» (Psa 141:2). El sacerdote remueve las brasas ardientes del incensario de oro y se postra en adoración. Fuera está orando el pueblo: «Venga el Dios de la misericordia al santuario y acepte con complacencia la oblación de su pueblo». Grandes momentos de la historia de la salvación, también en la vida de Jesús, tienen lugar durante la oración: la manifestación en el bautismo, la transfiguración, la elección de los apóstoles, la aceptación de la pasión en el huerto de los Olivos, la muerte. Aparece un ángel del Señor. El comienzo de la buena nueva viene del cielo. El ángel se deja ver a la derecha del altar del incienso. El lado derecho presagia salvación (Mat 25:33s). Todo lo que allí sucede fuerza a un silencio sagrado, induce a reflexionar, es antiquísimo lenguaje religioso que indica ya el sentido de lo que se va a realizar. La aparición produce en Zacarías turbación y miedo. Es el sentimiento numinoso ante lo divino. Dios es el Otro, el Inaccesible. «¡Ay de mí, perdido soy!, pues he visto a Dios» (Isa 6:5). El mensajero de Dios está envuelto en el resplandor de la tremenda gloria y santidad de Dios. La anunciación de Juan tiene lugar en el recinto inaccesible del templo, en el orden riguroso del culto divino, atmósfera en que se respira el tremendo poder del Santo, en el mundo del espíritu del Antiguo Testamento. c) Un niño santo (Isa 1:17). 13 Pero el ángel le dijo: No temas, Zacarías; que tu oración ha sido escuchada tu esposa lsabel te dará un hijo, al que llamarás Juan. 14 Para ti será motivo de gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Cuando una figura o aparición celestial -Dios mismo, un ángel, Cristo- interpela a un hombre, inicia su alocución con las palabras de aliento: ¡No temas! Dios quiere animar a los hombres, no deprimirlos. En este momento se ven cumplidas las oraciones de Zacarías: su ruego de tener descendencia y su ruego de que se vieran cumplidas las promesas mesiánicas. El tiempo final es el cumplimiento y la consumación de todas las esperanzas y anhelos de la humanidad. Las plegarias de los hombres tienen su última realización en el tiempo final. Dios fija el nombre del niño: con él da su misión y su poder. El nombre que ha de llevar el niño significa: Dios es misericordioso. El tiempo de la visita de Dios por gracia es inminente, y Juan ha de proclamar la proximidad del tiempo de la salvación. Su nacimiento desencadenará una alegría escatológica y un júbilo de salvación. No sólo los padres se alegrarán, sino también muchos, la gran multitud de las comunidades creyentes. Juan tiene una misión en la historia de la salud. Cierra el tiempo de las promesas y anuncia el nuevo tiempo de la salvación, que aporta júbilo y gozo. La comunidad cristiana primitiva de Jerusalén celebra el culto divino «con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios» (Act 2:46). 15 Porque será grande a los ojos del Señor, jamás beberá vino ni bebida embriagante y estará lleno de Espíritu Santo desde el seno de su madre. Será grande a los ojos del Señor. Su posición en la historia de la salvación lo hace descollar por encima de todas las grandes figuras de la historia sagrada. Estas personalidades vivían en la espera del reino de Dios y de la salvación, Juan la toca ya como con las manos y proclama su alborada (cf. Luk 7:28). En su vida no se quedará Juan atrás con respecto a los grandes del pasado. Los consagrados a Dios no beben bebidas embriagantes: así Sansón (Jdg 13:2-5.7), así el profeta Samuel (cf. lSam 1,15s). De los sacerdotes consagrados a Dios se dice: «No beberás vino ni bebida alguna inebriante tú ni tus hijos, cuando hayáis de entrar en el tabernáculo de la reunión, no sea que muráis. Es ley perpetua entre sus descendientes» (Lev 10:9). La vida de Juan está consagrada a Dios, a Dios que viene a su pueblo. Como Juan estará lleno de Espíritu Santo, será profeta que anuncie la palabra y la voluntad de Dios. Otros se vieron equipados como profetas ya en edad madura, cuando fueron llamados; Juan, en cambio, es profeta ya desde el primer momento de su vida, «desde el seno de su madre». El tiempo de la salvación se anuncia también mediante la plenitud del Espíritu Santo. Desde Sansón, pasando por Samuel y hasta Juan se va avanzando en espiritualización y en profundidad. Sansón no se corta el cabello, Samuel no bebe bebidas inebriantes. Juan guarda sólo lo segundo, pero su vida entera está llena de Espíritu Santo. 16 Hará que muchos hijos de Israel vuelvan al Señor, su Dios; 17 e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer que el corazón de los padres vuelva hacia los hijos, y que los rebeldes vuelvan a la sensatez de los buenos, a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. Dios manifiesta su gracia en Juan. Lo envía como predicador de la conversión del tiempo final. Juan hará que se conviertan, que vuelvan al Señor muchos hijos de Israel, pueblo elegido de Dios, que se habían alejado de su Señor y Dios. El retorno a Dios apartará del pecado, cambiará los sentimientos interiores, ordenará la vida según la voluntad de Dios. Juan será precursor, heraldo del Señor que va a venir. El Antiguo Testamento aguarda la venida de Dios. Ahora se cumple lo que había predicho el profeta Malaquías: «Ved que yo mandaré el profeta Elías antes de que venga el día de Yahveh, grande y terrible» (Mal 3:23). El niño que ha de nacer no es Elías que vuelve a aparecer (cf. Joh 1:21), sino que desempeñará su misión con el espíritu y la eficacia de Elías. El hijo de Zacarías preparará el camino para la renovación de la alianza. Realizará lo que predijo Malaquías para el fin de los tiempos: «Pues he aquí que voy a enviar mi mensajero, que preparará el camino delante de mí... El convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres, no venga yo a dar toda la tierra al anatema» (Mal 3:1.24). Con él serán los hombres reunidos en un pueblo, y este pueblo uno será unido con Dios. Dios manifiesta su gracia en Juan, puesto que mediante él hará que su venida sea tiempo de salvación y no juicio riguroso. Por eso envía a Juan, para que prepare al Señor un pueblo bien dispuesto. La transformación de los israelitas alejados de Dios en auténticos miembros del pueblo, y la de los injustos en justos, es preparación de un pueblo bien dispuesto para el Señor. d) Fidelidad a la promesa (Mal 1:18-23). 18 Entonces Zacarías dijo al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo ya soy viejo, y mi mujer, de avanzada edad. 19 El ángel le contestó: Yo soy Gabriel, el que está en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablar contigo y anunciarte esta buena noticia. Zacarías exige un signo, al igual que los hombres de los antiguos tiempos de Israel. Así Abraham, después de la promesa de que recibirá Canaán como herencia, pregunta: «Señor, Yahveh, ¿en qué conoceré que he de poseerla?» (Gen 15:7s). Gedeón quiere un signo de que Dios mantendrá su palabra (Jdg 6:36 ss), y así también el rey Ezequías cuando le promete Dios que prolongará su vida (2Ki 20:8). Los judíos piden señales (1Co 1:22). El hombre teme ser engañado. Dios concede signos, pero quiere que el hombre aguarde el signo que él le dé, y que esté dispuesto a creer aun sin signos. «Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Joh 20:29). De la veracidad de la promesa es garante el mensajero de la anunciación. Se llama Gabriel, «Dios es poderoso». Puede cumplir lo que promete su palabra. El mensaje proviene de la más intima proximidad de Dios. Gabriel es uno de los siete ángeles que están junto al trono, en presencia de Dios (Tob 12:15; Rev 8:2). Este ángel fue el que en la hora del sacrificio vespertino (Dan 9:21) formuló a Daniel la revelación de las setenta semanas de años, después de que él le había rogado insistentemente (Dan 9:4-19): «Setenta semanas están prefijadas sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para acabar las transgresiones y dar fin al pecado, para expiar la iniquidad y traer la justicia eterna, para sellar la visión y la profecía y ungir una santidad santísima» (Dan 9:24). Ahora va a realizarse todo esto. Juan va a introducir el tiempo de la salvación. El poder del pecado se quiebra, se restablece la voluntad de Dios, se cumplen las promesas, se unge un nuevo lugar santísimo, que es Cristo mismo. 20 Pero mira: te vas a quedar mudo y sin poder hablar hasta el día en que se realicen estas cosas, por no haber creído en mis palabras, las cuales se han de cumplir a su tiempo. En la repentina pérdida de la palabra y del oído (Dan 1:62s) se hace tangible la intervención divina. Con la falta de fe y la exigencia de un signo, que provoca a Dios, el anuncio de la salvación se convierte en castigo. Con tal exigencia de signos tropieza la oferta salvífica de Dios a su pueblo por medio de Jesús y se convierte en juicio ( Dan 11:29s). Todas las personas que en la historia de la infancia aceptaron con fe el mensaje de salvación, saltan de gozo y se convierten en mensajeros del gozo de este mensaje. La duda con que se exigen signos mata la alegría y cierra la boca del júbilo y del apostolado. El signo de castigo se da por terminado cuando se realiza la promesa. La duda de Zacarías y la exigencia de signos por los judíos faltos de fe no pueden impedir la venida de la salvación. Cuando nace Juan se extingue la culpa de Zacarías. Cuando vuelva a venir Cristo al final de los tiempos, también Israel, en su calidad de pueblo de Dios, logrará la salvación y hablará alabando a Dios, después de haber callado como mudo a lo largo del tiempo de la Iglesia (Rom 11:25s). 21 Entre tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que se entretuviera tanto dentro del santuario. 22 Cuando, por fin, salió, no podía hablarles, y entonces comprendieron que había tenido en el santuario alguna visión; él intentaba explicarse por señas, pues seguía mudo. El Señor había ordenado a Moisés: «Habla a Aarón y a sus hijos, diciendo: De este modo habréis de bendecir a los hijos de Israel; diréis: Que Yahveh te bendiga y te guarde. Que haga resplandecer su faz sobre ti y te otorgue su gracia. Que vuelva a ti su rostro y te dé la paz» (Num 6:23-26). La bendición es respuesta de Dios a la oración. El pueblo había orado y aguarda la bendición. Ya no se le bendice. Se alumbra una nueva fuente de bendición: la salud mesiánica lleva en sí toda bendición (Eph 1:3s). Dios mismo bendice a su pueblo otorgándole el tiempo de salud. Los sacerdotes tenían la costumbre de no prolongar las acciones sagradas a fin de que el pueblo no se inquietase. La proximidad de Dios se les antojaba peligrosa a los hombres del Antiguo Testamento. De la mudez del sacerdote se concluye que ha habido alguna aparición de Dios. La manifestación de Dios es salvación y ruina. Para los que dudan es ruina, para los que creen es salvación. Ahora bien, la manifestación neotestamentaria comienza con Juan: «Dios es misericordioso.» El pueblo nota en Zacarías que Dios le ha hablado. No puede captar el sentido de la revelación, pues Zacarías no podía hablar. Los acontecimientos salvíficos tienen necesidad de una palabra que los esclarezca y los interprete. Dios otorga la salvación y la palabra interpretativa: mediante el nacimiento de Jesús, mediante su muerte, mediante sus sacramentos... 23 Y cuando terminaron los días de su servicio litúrgico, se retiró a su casa. No todos los sacerdotes tenían su domicilio en Jerusalén; muchos vivían en las ciudades de Palestina. Había pasado ya la semana del servicio litúrgico. Zacarías se marchó de la ciudad santa. Llevaba consigo un gran secreto, la realización de su anhelo, el signo de que no se había engañado y de que Dios mantendría su palabra. Aunque castigado por Dios, volvió a casa con confianza: Dios es misericordioso. La anunciación tuvo lugar durante la liturgia del templo. Dios dio respuesta a las súplicas de aquel templo, de sus sacerdotes y de su pueblo. Todavía un poco de tiempo, y el templo experimentará su máximo esplendor. Dios mismo vendrá y lo llenará con su gloria. ¿Anunciarán al pueblo este gozo los sacerdotes del templo? ¿O se quedarán mudos porque no creen? e) Cumplimiento (Eph 1:24-25). 24 Después de aquellos días, su esposa Isabel concibió, y se mantenía oculta durante cinco meses, diciéndose: 25 Así lo ha hecho el Señor conmigo, cuando le ha parecido bien acabar con mi descrédito ante la gente. Isabel forma parte de aquella serie de mujeres que eran estériles, pero que por disposición divina concibieron de manera natural: Sara, que fue madre de Isaac (Gen 17:17), Manué, madre de Sansón (Jdg 13:2), Ana, madre de Samuel (lSam 1,2.5). Dios les abrió el seno materno (Gen 29:31), que antes había estado cerrado (lSam 1,5). María concibe sin concurso de varón por la virtud del Espíritu Santo. Isabel pertenece todavía al Antiguo Testamento; con María se inaugura la «nueva creación» de Dios, en la que el hombre no puede hacer otra cosa que aguardar y recibir confiadamente la salvación. Dios ordena y combina los hechos de la historia sin privar de libertad al hombre. Isabel se mantuvo oculta durante cinco meses. Nadie tenía noticia de su estado. En el sexto mes fue María remitida a Isabel por el mensajero de Dios: «Ya está en el sexto mes la que llamaban estéril» (1,36). Isabel era para María un signo otorgado por Dios. ¿Por qué se mantuvo oculta Isabel? La madre del consagrado a Dios vive como consagrada a Dios. Para la madre de Sansón era esto voluntad de Dios: «Ha venido a mí un hombre de Dios. Tenía el aspecto de un ángel de Dios muy temible... él me dijo: Vas a concebir y a parir un hijo. No bebas, pues, vino ni otro licor inebriante y no comas nada inmundo, porque el niño será nazireo de Dios desde el vientre de su madre hasta el día de su muerte» (Jdg 13:6s). Semejante vida exige retiro. En una hora grande recurre Isabel a un recuerdo bíblico para conocer la voluntad de Dios. Los días de esperanza y expectación los llena Isabel con oración. Da gracias a Dios: Así lo ha hecho el Señor conmigo. Una y otra vez recuerda la acción de Dios: Ha puesto los ojos en mí. Recuerda su humillación: Me ha quitado el oprobio de la esterilidad. Ella misma ha experimentado la historia de su pueblo: «Acuérdate de todo el camino que Yahveh, tu Dios, te ha impuesto estos cuarenta años por el desierto, para castigarte y probarte, para conocer los sentimientos de tu corazón... Ahora, Yahveh, tu Dios, va a introducirte en una buena tierra, tierra de torrentes, de fuentes, de aguas profundas, que brotan en los valles y en los montes» (Deu 8:2-7). 2. ANUNCIACIÓN DE JESÚS (Lc/01/26-38). El relato de la anunciación de Jesús es una obra maestra en la forma, un «Evangelio áureo» en el contenido. Tres veces habla el ángel, y tres veces responde María. Tres veces se dice lo que Dios pretende hacer con María, y tres veces se expresa su actitud ante la oferta de Dios. El ángel entra donde está María (1,26-29). Anuncia el nacimiento del Mesías (1,30-34) y revela la concepción virginal (1,35-38). a) Llena de gracia (1,26-29). 26 En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen, desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. El nombre de la virgen era María. La anunciación de Jesús llama la atención hacia la anunciación de Juan. En el sexto mes... Juan sirve a Jesús. La concepción de la estéril remite a la concepción virginal de María. Aunque Jesús vendrá más tarde, es, sin embargo, anterior a él (Joh 1:27). El mensajero de la anunciación es una vez más Gabriel. Viene de la presencia de Dios. Se inicia un movimiento del cielo a la Tierra. Gabriel fue enviado por Dios. No se limita a aparecer, como en la anunciación de Juan, sino que viene. Lo que ahora comienza es un venir de Dios a los hombres en la encarnación. En la anunciación de Juan termina la misión del ángel en el templo de Dios, en el espacio sagrado, reservado, inaccesible. En la anunciación de Jesús termina la misión del ángel en una ciudad de Galilea, en la «Galilea de los gentiles» (Mat 4:15), en la parte de tierra santa que pasaba por ser no santa, a la que parecía haber descuidado Dios, de la que «no había salido ningún profeta» (Joh 7:52). En un principio no se menciona el nombre de la ciudad, como si no quisiera venir a los labios. Finalmente sale a relucir el nombre: Nazaret. La ciudad no tiene relieve alguno en la historia. La Sagrada Escritura del Antiguo Testamento no mencionó nunca este nombre, la historiografía de los judíos (Flavio Josefo) no tiene nada que referir sobre esta ciudad. Un contemporáneo de Jesús dice: «¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?» (Joh 1:46). Dios elige lo insignificante, lo bajo, lo despreciado por los hombres. La ley de la encarnación reza así: «Jesús... se despojó a sí mismo» (Phi 2:7). La historia de Juan comienza con el sacerdote Zacarías y su esposa Isabel, que era de la estirpe de Aarón; la historia de Jesús comienza con una muchacha, quizá de unos 12 ó 13 años. Estaba desposada, como convenía a una joven de aquella edad. El prometido de María se llamaba José. Todavía no la había llevado a su casa y todavía no había comenzado la vida conyugal. La desposada era virgen. José era de la casa de David. Dios lo dispuso todo de modo que el hijo de María fuera hijo de la virgen, hijo legal de José, descendiente de la estirpe regia de David. Dios lo dispone todo en su sabiduría. El nombre de la virgen era María. Así se llamaba también la hermana de Aarón (Exo 15:20). No sabemos lo que significa este nombre: ¿Señora? ¿Amada por Yahveh?... Pero el nombre adquiere consagración y brillo tan luego resuena por primera vez en la historia de la salud. La misión del ángel que está en la presencia de Dios termina en María. 28 Y entrando el ángel a donde ella estaba, la saludó: ¡Alégrate, llena de gracia! El señor está contigo, bendita tú eres entre las mujeres (*). ............... * Las palabras «bendita tu entre las mujeres» no son seguras según la crítica textual; pueden haberse introducido aquí a partir de 1,42. Razones estilísticas abogan por la autenticidad; ambas fórmulas de saludo resultan paralelas. ............... Para la anunciación de Juan aparece el ángel y está sencillamente ahí, en la anunciación de Jesús entra el ángel donde está María y la saluda. El nacimiento de Juan se anuncia en el santuario del templo, el nacimiento de Jesús en la casa de la Virgen. En el Antiguo Testamento mora Dios en el templo, en el Nuevo Testamento establece su morada entre los hombres. «La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Joh 1:14). El ángel saluda a María; a Zacarías no lo saludó. Saluda a esta muchacha de Nazaret, aunque en Israel un hombre no saluda a una mujer. El saludo se expresa con dos fórmulas. Cada una consta de saludo y de interpelación. La primera es: «¡Alégrate, llena de gracia!» Los que hablan griego saludan así: ¡Alégrate! Los que hablan arameo saludan como saludó Jesús a sus discípulos después de la resurrección: «¡Paz con vosotros!» (Joh 20:19.26). ¿Cuál es la idea de Lucas cuando pone en boca del ángel este saludo: «Alégrate»? En Lucas, la historia de la infancia (1-2) está llena de palabras y de reminiscencias de la Biblia veterotestamentaria: es una pintura con colores tomados del Antiguo Testamento. También Mateo emplea para su historia de la infancia pruebas del Antiguo Testamento. Introduce los textos con fórmulas solemnes, mientras que Lucas narra con textos tomados del Antiguo Testamento. No indica sus fuentes, sino que nos deja a nosotros la satisfacción de descubrirlas y nos invita a reconocer a la luz de la palabra de Dios los hechos que él ha podido saber por la tradición. Con esta exclamación: ¡Alégrate!, saluda el profeta Sofonías a la ciudad de Jerusalén cuando contempla el futuro mesiánico. «¡Canta, hija de Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo el corazón, hija de Jerusalén!» (Zep 3:14). Análogamente Joel: «No temas, tierra, alégrate y gózate, porque son muy grandes las cosas que hace Yahveh» (J12,21; cf. Zec 9:9). «¡Alégrate!» era una fórmula fija, litúrgica y profética, que se utilizaba a veces cuando el oráculo profético tenia un desenlace favorable. Ahora saluda el ángel a María con esta fórmula mesiánica. El ángel la llama llena de gracia. Los padres de Juan son irreprochables, porque observan la ley de Dios; María goza de la complacencia de Dios porque está colmada de su gracia. Dios le ha otorgado su favor, su benevolencia, su gracia. Ella «ha hallado gracia ante Dios». En la interpelación profética, con cuyas primeras palabras ha saludado el ángel a María, se desarrolla este favor divino: «El Señor ha descartado a tus adversarios y ha rechazado a tus enemigos; el Señor está en medio de ti. No verás más el infortunio... No temas... El Señor, tu Dios, está en medio de ti como poderoso salvador. Se goza en ti con transportes de alegría, te ama con delirio...» (Zep 3:15-17). María es la ciudad en medio de la cual (en cuyo seno) habita Dios, el rey, el poderoso salvador. Ella es el resto de Israel, al que Dios cumple sus promesas, es el germen del nuevo pueblo de Dios, que tiene Dios en medio de ella (cf. Mat 18:20; Mat 28:20). El segundo versículo de la salutación comienza con las palabras: El Señor está contigo. Grandes figuras de la historia sagrada habían oído estas mismas palabras, que habían de sostenerlos y animarlos: Moisés, cuando en el desierto fue llamado por Dios para ser guía y salvador de su pueblo. El ángel del Señor se le apareció en una llama de fuego, que ardía de una zarza (Exo 3:2). Cuando se creía incapaz de responder a su vocación, le dijo Dios: «Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que estoy contigo...» (Exo 3:12). Algo parecido sucedió al juez Gedeón: «Apareciósele el ángel de Yahveh y le dijo: Yahveh está contigo, valiente héroe... Gedeón le dijo: Si he hallado gracia a tus ojos, dame una señal de que eres tú quien me habla» (Jdg 6:12.15-17). Con este saludo se sitúa María entre las grandes figuras de salvadores de la historia sagrada. Dios le ha otorgado su gracia especial y su protección. Al saludo sigue de nuevo la alocución: Bendita tú entre las mujeres. También estas palabras son venerandas y están santificadas por una antigua tradición bíblica. La heroína Jael, que aniquiló al enemigo de su pueblo, es elogiada con estas mismas palabras: «Bendita Jael entre las mujeres» (Jdg 5:24). A Judit, que terminó con el opresor de su ciudad natal, dice el príncipe del pueblo Ozías: «Bendita tú, hija, sobre todas las mujeres de la tierra por el Señor, el Dios Altísimo... Hoy ha glorificado tu nombre, de modo que tus alabanzas estarán siempre en la boca de cuantos tengan memoria del poder de Dios» ( Jdt 13:18s). María cuenta entre las grandes heroínas de su pueblo; ella ha traído al Salvador que nos librará de todos los enemigos (cf. Luk 1:71). 29 Al oír estas palabras, ella se turbó, preguntándose qué querría significar este saludo. El saludo había terminado. María se turbó por la palabra del ángel. Zacarías se turbó por la aparición del ángel, María se turba por su palabra. La humilde muchacha se turba por la grandeza del saludo. Se preguntaba qué podía significar aquel insólito saludo. Dado que oraba y vivía entre los pensamientos de la Sagrada Escritura, tenía que surgir en ella un barrunto de la grandeza que se le anunciaba con aquellas palabras. b) Promesa llena de gracia (1,30-34). 30 Entonces el ángel le dijo: No temas, María; porque has hallado gracia ante Dios. 31 Mira: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Moisés (Exo 3:11s) y Gedeón (Jdg 6:15s) y Sión (Zep 3:16s) e Israel tenían necesidad de ser alentados así: Dios quiere salvar. «No temas, pues yo estoy contigo» (Isa 43:5). Todos ellos temían el encargo de Dios, porque se daban cuenta de su flaqueza. No de otra manera María. La gracia de Dios la asistirá. Por medio de María toma Dios la iniciativa de llevar a término la historia de la salud. Has hallado gracia ante Dios. Dios es quien hace lo grande precisamente en los pequeños. «Cuando me siento débil, entonces soy fuerte» (2Co 12:10). El poder de la gracia hará cosas asombrosas: Mira. El ángel anuncia para qué ha elegido Dios a María. Las palabras de la anunciación evocan la profecía con que el profeta Isaías anunció al Emmanuel («Dios con nosotros»): «Mira: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel» (Isa 7:14; cf. Mat 1:23). Las palabras de la anunciación que se referían a Juan, fueron dirigidas a Zacarías y hacían referencia a la mujer. En la anunciación de Jesús se dirige el ángel solamente a María: ésta concebirá, dará a luz e impondrá el nombre. No se menciona ningún hombre, ni ningún padre. Se prepara el misterio de la concepción virginal. Tú concebirás en el seno. ¿Por qué decir esto? Tampoco la Sagrada Escritura habla así. Sin embargo, el profeta Sofonías había dicho dos veces: El Señor en medio de ti. Esto se realizará de una manera nunca oída. Dios morará en el interior, en el seno de la virgen. Estará con ella (Emmanuel). María será el nuevo templo, la nueva ciudad santa, el pueblo de Dios, en medio del cual mora él. El niño ha de llamarse Jesús. Dios fija este nombre, María lo impondrá. No se da explicación del nombre, como tampoco se explicó el nombre de Juan. Todo lo que se dice de ellos explica sus nombres. Dios quiere ser salvador por medio de Jesús: «El Señor, tu Dios, está en medio de ti como poderoso salvador» (Zep 3:17). 32 Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 33 reinará por los siglos en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin. Juan será agrande a los ojos del Señor». Jesús es grande sin restricción y sin medida. Será llamado y será Hijo del Altísimo. El nombre reproduce el ser. El Altísimo es Dios. El poder del Altísimo envolverá a María en su sombra, por esto, su hijo se llamará Hijo de Dios. En el niño que se anuncia se cumple la profecía que el profeta Natán hizo al rey David de parte de Dios, y que como estrella luminosa acompañó a Israel en su historia: «Cuando se cumplan tus días y te duermas con tus padres, suscitaré a tu linaje, después de ti, el que saldrá de tus entrañas, y afirmaré su reino. él edificará casa a mi nombre, y yo estableceré su trono para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo... Permanente será tu casa y tu reino para siempre ante mi rostro, y tu trono estable por la eternidad» (2Sa 7:12-16). Jesús será soberano de la casa de David y a la vez Hijo de Dios. Su reinado permanecerá para siempre. Reinará por los siglos en la casa de Jacob. En él se cumplirá lo que se dijo del siervo de Yahveh: «Poco es para mí que seas tú mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y reconducir a los supervivientes de Israel. Yo haré de ti luz de las naciones para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra» (Isa 49:6). Jesús reunirá al pueblo de Dios, e incluso los gentiles; se le incorporarán. Fundará un reino que abarque el mundo, los pueblos y los tiempos. 34 Pero María preguntó al ángel: ¿Cómo va a ser esto, puesto que yo no conozco varón? La respuesta al mensaje de Dios es una pregunta. Zacarías pregunta (Isa 1:18), y también María. Zacarías pregunta por un signo que le convenza de la verdad del mensaje; María cree en el mensaje sin preguntar por un signo. Zacarías creerá cuando vea resuelta su pregunta; María cree y sólo después busca solución a la pregunta que se le ofrece. La pregunta de María hace caer en la cuenta de la imposibilidad humana de conciliar maternidad y virginidad. María ha de ser madre, como lo ha comprendido por el mensaje del ángel: Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo. Pero al mismo tiempo es virgen: No conozco varón, no tengo relaciones conyugales. La pregunta de María sirve a la vez también de introducción a la explicación divina que ha de hallar este misterio (Isa 1:35). No vamos a detenernos precisamente a investigar a qué situación externa e interna, a qué estado de ánimo se debió el que María hiciera esta pregunta. Se ha investigado el Evangelio en este sentido (*). ¿Y qué se ha logrado? En lugar de una solución clara e indubitable, nuevos enigmas. La pregunta no debe constituirse en punto de partida de un análisis psicológico de la virgen desposada, bajo la impresión del anuncio de su maternidad. También Lucas consignó la pregunta y no le dio ninguna explicación. La pregunta le parecía importante; en efecto, llama la atención. Nosotros mismos nos hacemos también esta pregunta: ¿Cómo se puede conciliar virginidad y maternidad? ............... * En Occidente se ha sostenido con frecuencia desde san Agustín hasta nuestros días la opinión de que María había hecho un propósito (voto) de mantenerse perpetuamente virgen, pero que se había desposado a fin de tener un protector de su virginidad; que por ello dijo al ángel: «¿Cómo va a ser esto, puesto que yo no conozco varón?» Contra esto se objeta: Tal voto (propósito) de virginidad no era conocido en el AT ni se consideraba como un ideal; si había esenios que vivían en celibato, no lo hacían por un respeto a la virginidad o al celibato basado en motivos religiosos, sino porque se tenía poca estima de la mujer y del matrimonio y se veía en éste un impedimento para el estudio y cumplimiento de la ley. Que los desposorios con José tengan el significado alegado, es cosa que no se desprende del texto. Por estos reparos afirman hoy no pocos: María, con su pregunta, expresó su sorpresa y extrañeza: ¿Cómo era posible que fuera madre entonces, ya que todavía no la había llevado su esposo a su casa? En efecto, estaban prohibidas las relaciones conyugales entre quienes sólo estaban unidos por esponsales. También esta hipótesis se basa en presupuestos nada seguros. El ángel no dijo: La concepción va a tener lugar inmediatamente; María dijo sencillamente: «puesto que yo no conozco varón», pero no dijo: «puesto que yo no conozco todavía varón» También se ha intentado esta otra solución: María cuenta entre las personas piadosas del país y, como Zacarías e Isabel, como Simeón y Ana, esperaría el cumplimiento de las promesas mesiánicas. Como virgen que era, pensaría en la que había de ser la madre del Mesías. Así habría meditado también Isa 7:14, profecía que habla de la madre virgen del Mesías. En esa situación oye el mensaje del ángel y da como respuesta: «¿Cómo va a ser esto, pues entonces (en ese caso, en el caso del cumplimiento de la profecía) no conozco (no puedo conocer) varón?» También esta hipótesis se basa en presupuestos que no están fundados en el texto. y en pretendidas explicaciones filológicas que tampoco autoriza el contexto. ............... c) Concepción por gracia (Isa 1:35-38). 35 Y el ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te envolverá en su sombra; por eso, el que nacerá será santo, será llamado Hijo de Dios. La acción de Dios es increíblemente nueva. Hasta aquí se trataba de personas ancianas y estériles, a las que se otorgó de manera maravillosa lo que la naturaleza sola no había sido capaz de lograr. Ahora se trata de una virgen que ha de ser madre sin ninguna cooperación humana. Jesús ha de recibir la vida «no de sangre (de varón y de mujer) ni de voluntad humana (de los instintos), ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Joh 1:13) (*), de la virgen. En esta concepción y en esta acción de Dios se supera todo lo que hasta ahora había sucedido a los grandes de la historia sagrada: a Isaac, Sansón, Samuel, Juan Bautista. ¿Quién es Jesús? El Espíritu Santo vendrá sobre ti. Fuerza divina, no fuerza humana, será la que active el seno materno de María. El Espíritu Santo es una fuerza que vivifica y ordena. «La tierra estaba confusa y vacía..., pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas» (Gen 1:2). «Si mandas tu hálito (tu espíritu) son creados (los vivientes)» (Psa 104:30). El milagro de la concepción virginal y sin padre, de Cristo, es la suprema revelación de la libertad creadora de Dios. Un nuevo patriarca surge por la libre acción creadora de Dios, pero con la cooperación de la vieja humanidad, por María. Jesús es Hijo de Dios como ningún otro (Psa 3:38). El poder del Altísimo te envolverá en su sombra. La nube que oculta al sol, envuelve en sombras y es a la vez signo de fertilidad, porque encierra en sí la lluvia. Del tabernáculo en que se manifestaba Dios en el Antiguo Testamento se dice: «La nube cubrió el tabernáculo, y la gloria de Yahveh llenó la morada» (Exo 40:34). Cuando fue consagrado el templo en tiempos de Salomón, una nube lo envolvió: «Los sacerdotes no podían oficiar por causa de la nube, pues la gloria de Dios llenaba la casa» (1Ki 8:11). La gloria de Dios es luz radiante y virtud activa. Dios no está inactivo en el templo, sino que mora en él desplegando su acción. La gloria de Dios, que es fuerza, llena a María y causa en ella la vida de Jesús. En Jesús se manifiesta la gloria de Dios mediante la encarnación que se produce de María. María es el nuevo templo, en el que Dios se manifiesta a su pueblo en Jesús, María es el tabernáculo de la manifestación en el que habita el Mesías, el signo de la presencia de Dios entre los hombres. La concepción virginal por el espíritu y la virtud del Altísimo indica que Jesús, el que nacerá será santo, Hijo de Dios. A Jesús se le llama santo (Act 2:27), es el Santo de Dios (Act 4:34). Jesús, en cuanto concebido y dado a luz gracias al Espíritu, es desde el principio, desde su misma concepción, poseedor del Espíritu. Juan poseyó el Espíritu desde el seno materno, los profetas y los «espirituales» son penetrados del Espíritu durante algún tiempo. Jesús supera a todos los portadores de Espíritu. Por el hecho de poseer el Espíritu desde el principio, puede también comunicar el Espíritu (Act 24:49; Act 2:33). Jesús es llamado Hijo de Dios, y lo es. Por haber nacido gracias a la virtud del Altísimo, por eso es Hijo del Altísimo (Act 1:32; Act 8:28), Hijo de Dios. No es hijo de Dios como Adán es también hijo de Dios (Act 3:38) mediante creación por Dios, sino por generación, no como los que aman, que reciben como gran recompensa ser hijos del Altísimo (Act 6:35), sino desde el principio, desde la concepción. ............... * Según una antigua lectura reza así /Jn/01/13: «A todos los que lo recibieron, a todos los que creen en el nombre de aquel que no de sangre... sino de Dios nacieron, les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios.» A pesar de los buenos testigos, esta lectura no parece ser genuina; en efecto, siendo la más fácil, no se explica cómo, a pesar de su alto valor apologético, no se ha impuesto frente a la otra lectura. Aun cuando el Evangelio de san Juan no se puede aducir como testimonio explícito del nacimiento virginal de Jesús, sin embargo, la complicada formulación de Joh 1:13 muestra que la filiación divina de los fieles por gracia tiene su modelo en el nacimiento virginal de Jesús. ............... 36 Y ahí está tu parienta Isabel: también ella, en su vejez, ha concebido un hijo; ya está en el sexto mes la que llamaban estéril, 37 porque no hay nada imposible para Dios. María, contrariamente a Zacarías, no pidió ningún signo que acreditara su mensaje, todavía más difícil de creer, sino que creyó sin signo alguno; pero Dios le otorgó un signo. Dios no exige una fe ciega. Apoya con un signo la buena voluntad de creer. Dios da un signo que se acomoda a María. En aquel momento nada podía afectarle tanto, para nada tenía tanta comprensión como para la maternidad. También ha concebido Isabel, que era tenida por estéril. éste es el sexto mes. Los signos de la maternidad son manifiestos, son signos de la maravillosa intervención divina. No hay nada imposible para Dios (literalmente: «La palabra de Dios nunca carece de fuerza»). Lo que dice el ángel a María, lo dijo ya Dios a Abraham: «¿Por qué se ha reído Sara, diciéndose: De veras voy a parir, siendo tan vieja? ¿Hay algo imposible para Yahveh?» (Gen 18:13s). La palabra de Dios está cargada de fuerza, es eficaz. La fe de María se ve apoyada por el hecho salvífico efectuado en Isabel, por el testimonio de la Escritura acerca de Abraham. La entera historia de la salvación y la vida de la Iglesia es signo. Desde Abraham e Isaac, pasando por Isabel y Juan, se extiende un arco que llega a María y Jesús. La fuerza que sostiene la historia de la salud y la acción salvadora de Dios, que comenzó en Abraham, alcanzó en Juan su cumbre veterotestamentaria y halló su consumación en Jesús, es siempre la palabra de Dios, que nunca carece de fuerza. Abraham recibe de Sara un hijo porque ha hallado gracia a los ojos de Dios (Gen 18:3). María recibe su hijo porque ha hallado gracia (Gen 1:30). María se reconoce hija de Abraham en la fe y en la gracia; en su hijo se cumplen todas las promesas, que se habían hecho a Abraham y a su descendencia (Gal 3:16). María está emparentada con Isabel. Así también María debe descender de la tribu de Leví y estar emparentada con el sumo sacerdote Aarón. Jesús pertenece a la tribu de Leví por su descendencia de María, y por su posición jurídica es tenido por hijo de José y, por consiguiente, por descendiente de David (y de Judá). En los tiempos de Jesús estaba viva la esperanza de que vendrían dos Mesías: uno de la tribu de Leví, que sería sacerdote, y otro de la tribu de Judá, que sería rey (*). Sin embargo, el plan de Dios era que Jesús reuniera en su persona la dignidad sacerdotal y la regia. ¿Hasta qué punto pensaba Lucas en esto? En todo caso su imagen de Cristo tiene más rasgos sacerdotales que regios, su Cristo es salvador de los pobres, de los pecadores, de los afligidos... 38a Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. El mensaje de Dios ha sido transmitido, la reflexión de María ha cesado, el signo se ha ofrecido; ahora se aguarda la respuesta. Dios suscita anhelos, atrae, solicita, elimina resistencias, persuade, pero no fuerza nunca. María ha de dar su consentimiento con libre decisión. Por el mensaje comprendió María la