Comentario Biblico


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1 Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida

2 (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó);

3 lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.

4 Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.

5 Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.

6 Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad;

7 pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.

8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.

9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.


Prologo

Estos versículos, que en el gr. constituyen un solo párrafo sumamente condensado y complicado, van a modo de prólogo de la totalidad de la carta. Juan bosqueja algunas de las ideas que luego desarrollará en detalle.

1 El vocablo inicial gr., traducido lo que, es neutro. Por ello pareciera referirse al mensaje del evangelio y no a una persona en particular. Pero a continuación Juan escribe de oír, de ver y aun de tocar, lo que nos lleva a pensar en Jesús. Lo mismo ocurre con el Verbo de vida, porque si bien este término puede describir el evangelio, no debemos olvidar que a Jesús se le llama el Verbo , y la vi da (Juan 1:1; 14:6), se dice que en él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (Juan 1:1, 4). Este extraño comienzo, entonces, nos recuerda tanto del evangelio en sí como de aquél alrededor de quien está centrado el evangelio.

Desde el principio significa que el evangelio no fue una idea tardía; fue siempre parte del plan de Dios. A continuación Juan trata de la factibilidad de todo ello que es, para él, lo principal. El evangelio no habla de una figura mítica como las formas esfumadas de los misterios griegos, sino de una persona históricamente genuina. Escribe de lo que fue oído, visto y palpado (cf. Luc. 24:39; Juan 20:20, 24-27). Hay un énfasis creciente en cuanto a la realidad de Jesús. Juan no se refiere a visiones sino a una existencia física. Por ello dice: lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos. La primera persona plural se usa mucho en esta carta (aparece en 51 de 105 versículos de acuerdo con Brown, Epistles of John, p. 158). El cambio de sujeto de nosotros a nuestras manos … puede ser únicamente de estilo, o hay un énfasis sobre el contacto físico. Es lo que nuestras manos hicieron.

2 Juan tiene la costumbre de hacer hincapié en una idea echando mano del más simple de los recursos: la repetición. Aquí comienza un poco al margen, toma la palabra vida, último vocablo del v. 1 y la repite tres veces. Escribe sobre la vida, pero no de la vida en términos generales. Lo que le interesa es la vida que fue manifestada; se está refiriendo claramente a la venida de Jesús, quien se describió a sí mismo como la vida (Juan 14:6). También es la vida que nosotros hemos visto. Ya habló de verla y lo hará de nuevo en el v. 3; le encanta machacar sobre una idea. Más aun, él y los que la vieron pueden decir que testificamos y anunciamos. Ya habló de ella como que era desde el principio . El mismo pensamiento lo expresa de otra manera cuando habla de la vida eterna. Insiste en sus repeticiones cuando piensa en la vida como que nos fue manifestada. En el Evangelio a Jesús se lo denomina la vida (Juan 14:6). De esto podemos deducir que es Jesús de quien se testifica y a quien se anuncia. Podemos arribar a la misma conclusión a partir de la expresión con el Padre, donde se aplica la misma construcción gramatical que se utilizó para el Verbo en Juan 1:1. Padre, por supuesto, es Dios, según la característica designación cristiana. Figura 12 veces en la epístola.

3 Una vez más Juan se refiere a lo que hemos visto y oído. No hay que pasar por alto el énfasis que pone en los testigos oculares, ni el hecho de que está vinculado a lo anunciamos. Todo esto ca rece de sentido si pensamos en nosotros como nosotros los cristianos . Tiene que referirse exclusivamente a los que realmente vieron a Jesús en la carne. Estas personas anuncian lo que vieron al resto de la iglesia. Sale a luz una de las metas de Juan: para que vosotros también tengáis comunión con nosotros. Continúa de inmediato hablando de nuestra comunión … con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Al hablar de comunión (gr. koinonia) la idea básica es la de poseer algo en común, es decir, de participar o de compartir en compañerismo. A menudo se utiliza la expresión en asuntos comerciales (cf. Luc. 5:10). La comunión cristiana significa compartir la vida común en Cristo por medio del Espíritu Santo. Vincula a los creyentes unos a otros, pero lo más importante es que los vincula también a Dios. No debemos pasar por alto que la comunión es continua. Los apóstoles tenían comunicación con Cristo y, por lo tanto, con Dios. Ellos habían guiado a otros a la fe y así los habían incorporado al mismo compañerismo (un proceso que continúa hasta hoy). Es la comunión … con el Padre, y con su hijo Jesucristo. Observemos que Jesucristo está vinculado al Padre al comienzo de la epístola. Uno de los mayores énfasis que pone Juan es sobre el lugar elevado que le corresponde a Cristo, y no pierde tiempo en señalarlo.

4 También hay cierto énfasis sobre los vocablos nosotros y escribimos. El mensaje es de un carácter preciso y permanente y escrito por quienes tenían plena autoridad para escribir. Hay mss. que apoyan vuestro gozo , pero es más correcto nuestro gozo. Solamente en la medida en que Juan logre introducir a sus amigos en esta clase de comunión de la cual acaba de escribir que su gozo será completo y, por supuesto, lo mis mo se cumple a la inversa, es decir, de ellos con respecto a él. Nuestro gozo y vuestro gozo van tomados de la mano. Para ambos, el verdadero gozo se obtiene solamente en la comunión con Dios.

Dios es luz. Este es el mensaje subraya lo que sigue como significativo; en realidad como una síntesis del mensaje cristiano. Es un mensaje derivativo, hemos oído de parte de él, y no se debe a la originalidad de los apóstoles o de otros. Hay un problema planteado sobre el significado de la frase de él, problema que se repetirá a lo lago de la epístola. No existe ningún antecedente obvio. El Padre y el Hijo fueron mencionados en el v. 3, y aquí puede referirse a cualquiera de los dos. Tal vez la mayor probabilidad se incline hacia el Hijo, pero ambos están íntimamente ligados.

El contenido del mensaje se halla sintetizado en la expresión Dios es luz (cf. Juan 8:12; 9:5) a la cual se le agrega (de una manera que nos recuerda al cuarto Evangelio donde es común la conjunción de positivo y negativo) y en él no hay ningunas tinieblas (cf. Sal. 27:1; Juan 1:4-9). En el Evangelio de Juan se menciona a menudo la luz, pero relacionada más bien con el Hijo, en tanto que aquí es con el Padre. Figura seis veces en esta epístola (1:5, 7 [dos veces]; 2:8, 9, 10). Decir que Dios es luz es llamar la atención a su integridad, a su justicia. La luz es un símbolo natural de una justicia atractiva, lo mismo que las tinieblas lo son de la oscu ridad del pecado. Hay una doble negación enfática en cuanto a las tinieblas; no hay oscuridad alguna en Dios; el es todo luz. También probablemente va implícito el pensamiento de que nuestras vidas están expuestas a la iluminación que irradia de Dios. Nada se le esconde (cf. Sal. 90:8). Y como él es luz es importantísimo que su pueblo ande en luz (v. 7).

El primer error. A Juan le gusta subrayar lo que quiere decir formulando una suposición, y aquí hay una lista de cláusulas que comienzan con el condicional si (vv. 6-10; nuevamente en 2:1). Trata sobre tres obstáculos a la comunión. El primero se centra en la pretensión de que tenemos comunión con Dios. Juan ya les dijo que su propósito era que sus lectores disfrutaran de esta comunión (v. 3). Ahora aclara que las palabras solas no pueden producir comunión con Dios. 6 Todo aquel que afirme que disfruta de esa comunión pero continúa andando en tinieblas miente, puesto que Dios es luz (cf. 2:21, 22). Se necesita más que un sentimiento re ligioso confortable. Debemos probar nuestros sentimientos por la revelación que Dios nos ha dado. El error que Juan está denunciando es el de rechazar aceptar la luz que Dios ha dado en la revelación entregada por medio de los profetas, apóstoles y otros, prefiriendo las tinieblas de su propio camino. Juan argumenta en forma negativa. No practicamos la verdad es una expresión muy poco usada que figura también en Juan 3:21 (y en los mss. de Qumrán). Hablamos de decir la verdad , pero la verdad puede ser una cualidad tanto de la acción como del pensamiento. La verdad que Dios nos ha hecho conocer debe vivirse en las vidas de sus siervos. 7 Ahora viene la suposición contraria, es decir, de que realmente andamos en luz. El andar es una expresión metafórica para expresar todo un estilo de vida. Destaca la verdad de que el cristiano debe progresar sin pausa, aun cuando no sea en forma espectacular. Andamos en luz significa vivir día a día ajustados a estrictas normas de integridad. Se refuerza al máximo la expresión cuando se añade como él está en luz (cf. Mat. 5:48). No podemos juguetear con la idea de mantener niveles bajos, como si todo lo que interesara es lograr normas humanas decentes. El cristiano es un siervo de Dios y, como tal, ajusta sus normas a los requerimientos de Dios. Ha de vivir según se lo estipule Dios. Luego del v. anterior donde se niega la comunión con Dios a los que caminan en tinieblas (v. 6), cabría imaginar que los que andan en luz gozarán de la comunión con Dios. Al contrario, hallamos que tenemos comunión unos con otros. Por supuesto que ello incluye comunión con Dios (cf. v. 3), pero no debe impedirnos ver lo que Juan quiere expresar. La comunión que los creyentes disfrutan unos con otros es de valor inapreciable. A todo lo anterior Juan añade el ingrediente de que la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado (o cada pecado ; el gr. puede indicar ambas cosas). La palabra pecado aparece en esta breve carta 17 veces (también 17 veces en el Evangelio de Juan; los únicos escritos del NT con más menciones son Rom. y Heb.). Jesús es el nombre humano del Salvador, y con las palabras su Hijo se hace hin capié en que es único en su género. No debemos perder de vista la significación de ambas expresiones. Limpia es un verbo de tiempo continuo. No se trata de una limpieza de una vez y para siempre, sino de una actividad progresiva que se realiza día a día. Un poco más adelante Juan reconoce la imposibilidad de que el creyente se vea libre de todo pecado (cf. vv. 9, 10). Por consiguiente, no se re fiere a una perfección con ausencia total de pecado. Sostiene que cuando tenemos por hábito andar en la luz, es decir, andar con Dios, los pecados que cometemos son limpiados. Juan reconoce que de bemos vivir muy cerca de Dios, y que aun aquellos que así viven necesitan ser limpiados continuamente. Esta limpieza se basa en la muerte propiciatoria de Jesús; la sangre no significa vida librada de la carne, como algunos afirman, sino la vida rendida en la muerte.

El segundo error. 8 Juan cristaliza el segundo error en forma sucinta: si decimos que no tenemos pecado. La expresión tenemos pecado no es común; hay otras referencias en Juan: 9:41; 15:22, 24; 19:11. Significa más que cometer un pecado; se refiere al principio interno del cual los actos pecaminosos son sus manifestaciones externas. El pecado es algo que persiste, se adhiere al pecador. Al igual que en el caso precedente y en la próxima suposición, la declaración positiva se refuerza por una acertada negativa (la verdad no está en nosotros). Cuando decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos (¡por cierto que no engañamos a ningún otro!) y la verdad no está en nosotros. Concebimos la verdad en forma dinámica. Puede morar en hombres de verdad. Pero el afirmar una cosa a todas luces falsa: que no tenemos pecado, excluye la posibilidad de que la verdad more en nosotros. Esto viene muy bien al caso para el hombre moderno que asegura que el pecado es una enfermedad o una debilidad, y afirma que tiene su génesis en los factores hereditarios, en el medio ambiente, en la necesidad o cosas por el estilo, por lo cual lo considera su suerte y no su culpa. Tal hombre se engaña a sí mismo.

9 En contraste, podemos confesar nuestros pecados. El uso del plural es significativo: confesamos pecados específicos, no simplemente que pecamos. Porque Dios es fiel y justo perdona (cf. Deut. 32:4. Miq. 7:18-20; Rom. 3:25). Es posible confiar plenamente en él. Nada nos dice de qué manera va a limpiarnos de toda maldad. Pero no olvidemos el v. 7. Es la sangre de Cristo la que limpia. Ninguna otra cosa puede quitar nuestras manchas.

El tercer error. La siguiente suposición es si decimos que no hemos pecado. Todo el trato que Dios tiene con los hombres parte de la base de que el hombre es pecador y necesita la salvación (cf. Rom. 3:23). Negar que uno sea un pecador es hacerlo a él mentiroso. En la forma negativa significa que su palabra no está en nosotros. En muchas partes de la Biblia la palabra tiene un carácter dinámico. Cumple el propósito de Dios (cf. Isa. 55:11). Todo aquel que niega ser un pecador y que con esa actitud hace de Dios un mentiroso muestra, por ese hecho, que la palabra efectiva de Dios no mora en él.