Introducción al libro
El escenario para el libro se sitúa en sus primeras palabras. De hecho, el título del libro en el AT heb. es: Estas son las palabras. Este título es apropiado porque Deut. consiste mayormente de palabras de Moisés expresadas al este del río Jordán, justo antes de que el pueblo de Israel entrara a la tierra que Dios les daba. La frase inicial también nos prepara para el asunto o tema de Deut.; es decir, la exposición de la ley (v. 5). La ley se refiere a los Diez Mandamientos y otras leyes dadas por Dios en el monte Sinaí (Exo. 20-23), siempre identificado co mo Horeb en Deut. (v. 2). El término palabra por lo general implica la palabra de Dios en Deut. Moisés predicó a Israel sólo lo que Dios le había dicho de antemano (v. 3). Esto es lo que lo hace un profeta , un título que se le da más tarde (18:18).
La introducción también prepara para la orden de Dios de tomar la tierra prometida emprendiendo la guerra. Las palabras después que derrotó a Sejón (v. 4) subrayan el hecho de que es el Señor quien ha ganado las batallas previas de Israel. (En relación con las batallas mencionadas aquí, véase Núm. 21-30, 33-35; y más adelante 2:26-3:22.) La idea de que Dios mismo pelea la guerra por su pueblo (guerras santas) es importante en Deut. (ver las notas sobre el cap. 7). Al igual que en el pasado, es él quien ganará las batallas que están por delante, en contra de los habitantes de Canaán.
Nota. Los nombres de los lugares indican la ruta desde Horeb hasta Moab. El Arabá incluye el valle del Jordán, el mar Muerto y el área más al sur. Al otro lado del Jordán ( el lado oriental , según nota en la RVA) es una manera de referirse a esta área, y probablemente no sea evidencia de que Deut. fuera escrito en el lado occidental del Jordán (es decir, después que ocuparan la tierra prometida).
La orden para entrar a la tierra. La historia de la estadía en Horeb cubre desde Exo. 19 hasta Núm. 10:3. Dios ahora ordena a su pueblo que se encamine hacia su tierra. Es un gran momento en su historia, el cumplimiento de la promesa a los padres (v. 8). La descripción de la tierra hace recordar Gén. 15:18-21. Cubre desde el occidente al oriente (la sierra montañosa central, las colinas al occidente, y las llanuras de la costa), y del sur al norte (desde el Néguev hacia arriba a la planicie costera, al Líbano en el norte, e inclusive más allá, hasta el Eufrates). Toda esta área no se tomó de una sola vez, pero al fin fue conquistada por David y mantenida por Salomón.
El nombramiento de líderes. El aumento del pueblo (v. 10) era el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham (Gén. 15:5). Sin embargo, esto significaba que se necesitaba algún sistema de liderazgo y organización. Moisés necesitaba ayuda (v. 9; ver también Exo. 18:17-27). Por supuesto, el pasaje implica más que esto. Israel sería gobernado por las leyes de Dios. Entonces, el sistema tenía que ser uno que permitiera que este tipo de gobierno funcionara. La descentralización de la autoridad (v. 15) significaba que la ley de Dios podía aplicar se justamente a todos en casos de disputas, ya fuera entre los mismos israelitas o entre ellos y otros (vv. 16, 17).
Los líderes fueron nombrados para juzgar. No lo hicieron confiando sólo en su propia sabiduría sino, por el contrario, como instrumentos de Dios interpretaban sus leyes. Esta es la naturaleza del juicio aquí mencionado (v. 17). El juicio de Dios asegura que se cumplan sus normas para el beneficio de cada uno de los que forman parte de su pueblo. Todos por igual tienen derecho a la justicia.
Es en esta idea de gobernar por medio de la ley de Dios, la cual protege igualmente a cada individuo, que Israel difiere de los otros pueblos vecinos.
Enviando espías. Después de salir de Horeb, el pueblo llegó rápidamente a la frontera de la tierra prometida (vv. 19, 20). Entonces se repitió el mandato de entrar (v. 21). Es importante notar que Dios ya les había dado la tierra. Su posesión era cosa segura; aun así tenían que tomarla. Curiosamente, la promesa también es un mandato. Ellos debían tener fe y valor para creer que Dios cumpliría lo que decía, y que podía hacerlo. El mandato de no temer ni desmayar (v. 21) estaba basado en lo que el pueblo ya conocía acerca de Dios, porque él los había sacado de Egipto aun en contra de todos los pronósticos. La gente tenía buenas razones para confiar en él. Sin embargo, si no tenían fe ni valor para hacerlo podían fallar de recibir lo que por derecho ya les pertenecía.
La decisión de enviar los espías era una señal de nerviosidad, aun cuando Moisés estuvo de acuerdo con el plan (v. 23). Si los israelitas hubieran creído en las buenas intenciones que Dios tenía para ellos, no hubieran sentido la necesidad de enviar espías para confirmar que la tierra … es buena (v. 25).
El temor del pueblo. Los espías vieron una buena tierra, pero también vieron la gente que habitaba el lugar, quienes les parecieron como gigantes (v. 28). Su reacción fue de temor y desánimo, las mismas cosas contra las cuales los había prevenido Moisés (v. 21); tal como lo hace nuevamente (v. 29). Este temor tenía sus raíces en la falta de fe. Ellos sintieron, como lo habían hecho anterior mente, que Dios nunca había tenido buenas intenciones para ellos, sino que todo su peregrinaje hasta ahora había sido con el propósito de perjudicarlos (v. 27; ver también Exo. 17:1-3). Como respuesta, Moisés no sólo les recordó nuevamente que Dios les había mostrado que era poderoso (v. 30), sino también que los amaba (v. 31).
Sin embargo, el pueblo había escogido caminar por vista; en primer lugar, enviando a los espías y después desanimándose por el informe de éstos. Como cosa rara, esto los había cegado a no ver lo obvio: El hecho de que Dios puede eliminar cualquier obstáculo. Moisés tenía dificultades para demostrarles cuán irrazonable era todo esto (vv. 32, 33).
La sentencia de Dios. En 1:8 leemos que Dios había jurado darle la tierra a Israel. Aquí jura nuevamente (vv. 34, 35) que ninguno de esta mala generación vería el cumplimiento de la promesa. Una excepción fue Caleb (v. 36), uno de los espías (ver Núm. 13:6), porque él tenía un espíritu de fe, no de temor (Núm. 14:24).
Mientras que sólo Caleb y el sucesor de Moisés, Josué (v. 38; ver Núm. 14:30), serían los únicos de su generación que verían la tierra prometida, Moisés mismo no la vería (v. 37). En Números se explica esta sentencia sobre Moisés como consecuencia de haber fracasado en guiar correctamente a Israel en las aguas de Meriba (Núm. 20:2-5, 12; 27:14). Ese puede ser el incidente que está de por medio aquí, o posiblemente la participación de Moisés al enviar los espías (v. 23).
El cumplimiento de la promesa se detuvo hasta la siguiente generación; aquellos que aún eran niños. Estos, siendo demasiado jóvenes para tomar decisiones responsables (ellos no distinguen entre lo bueno y lo malo, v. 39), no compartían la culpa porque el corazón de sus padres había desfallecido. Sin embargo, el mandato en el v. 40 alejó al pueblo que estaba a punto de obtener su premio mayor a su largo peregrinaje por el desierto.
Arrepentimiento tardío. La decisión del pueblo (v. 41) parecía enmendar su pecado de incredulidad, pero la oportunidad había pasado. A pesar de que sus palabras parecían ser las apropia das, ahora confiaban en su propia fuerza para ir y tomar la tierra, pensando que sería fácil (v. 41). Por esta razón, el Señor resolvió que no entrarían, y les prohibió que fueran (v. 42). Es bastante irónico que cuando se les dijo que fueran no fueron, y cuando decidieron hacerlo eso también estaba en contra del mandato de Dios. Ellos fueron, pero sufrieron una grave derrota (v. 44). Descubrieron que verdaderamente no podían poseer la tierra a menos que Dios se las diera. Cuando él no prestó atención a su lloro (v. 45) fue porque ellos primero se habían hecho los sordos ante él. El NT enseña que la salvación es un regalo de Dios, y no se puede tomar a la fuerza (Hech. 8:9-24).
Los siguientes dos capítulos relatan cómo Israel partió de Cades (en la región desértica al sur de la tierra de Canaán) y ocupó la parte de la tierra pro metida ubicada al oriente del río Jordán. Este pasaje hace un recuento de la historia en Núm. 20:14-21:35, aunque con menos detalles. Sería mucho más claro si se lee con la ayuda de un atlas bíblico.