El profeta y su tiempo
Isaías significa Yahweh (es) salvación , nombre muy apropiado para el profeta evangélico . La lista de reyes indica que profetizó durante no menos
de 40 años, desde c. 740 a. de J.C., último año de Uzías (cf. 6:1)-, hasta algún tiempo después del sitio de Jerusalén en el año 701 a. de J.C., en la época de Ezequías cuyo reinado continuó hasta 687/6 a. de J.C.
La gran acusación
El llamado a los cielos y a la tierra nos trae a la memoria las últimas órdenes de Moisés (cf. Deut. 30:19), y en el cual el vocablo enfático hijos añade una nota de intensidad personal. En la directa declaración de Dios de los vv. 1b, 3 ([Yo] crié … mí … mi) con el comentario confirmatorio del v. 4, ya estamos en el corazón de la crisis: la familia de Dios ha roto relaciones con él. (El v. 3 es aun más conmovedor en el conciso original, sin el pero. En el v. 4a el sentido bien puede ser generación de malignos, hijos depravados [de Dios] , la misma pa radoja que en el v. 2b). El título Santo de Israel es casi peculiar a Isaías; se lo encuentra en 12 oportunidades en los caps. 1-39 y 13 en 40-66. La expresión se encuentra sólo dos veces en el resto del AT. Es un eco de las voces de los serafines (6:3), pero al mismo tiempo mitiga la lejanía de santo por el hecho de que Dios se da a Israel. Ose. 11:9 anticipa este pensamiento.
La devastación de Judá
Sea que se trate de uno de los últimos oráculos de Isaías, colocado aquí para iniciar el libro con una nota de urgencia, o de un fogonazo de una visión pre via (tal cual lo sugiere el como de los vv. 7d, 8d, pues el profeta parece describir lo que nadie sino él puede ver), en ambos casos pone de relieve ciertos temas que le fueron señalados en ocasión de su llamado. Cf. la cerrazón mental del v. 5a con 6:9 s.; la devastación del v. 7 con 6:11 s., la preservación de los pocos en el v. 9 con 6:13. Tenemos aquí la primera insinuación del motivo remanente que se hará prominente a medida que avanza la profecía (ver especialmente 10:20-22).
5, 6 El cuadro no es el de un hombre enfermo, sino de uno azotado hasta el borde de la muerte y que, sin embargo, pide más. Así lo deja entrever el v. 5a y los síntomas
de 6b son los de heridas recibidas, cf. las llagas con las heridas
de 53:5. 7, 8 Aparece aquí la realidad literal: es la tierra de Judá la que ha sido pisoteada por las hordas extranjeras, quedando en pie solamente Jerusalén (Sion). Es evidente que se trata de las consecuencias de la invasión de Senaquerib, bosquejada en 2 Rey. 18:13, con sus efectos entrevistos en Isa. 37:30-32, y su estadística registrada en el Prisma Taylor donde Senaquerib declara haber capturado no menos
de 46 ciudades amuralladas, junto con innumerables aldeas y 200.000 personas. La cabaña es la choza del labriego o del vigía, abandonada reliquia de la cosecha.9 Es lo que se merece la gloriosa Sion, en un tris de ser barrida de la faz de la tierra como Sodoma.
Corrupción pietista y su limpieza
10 ss. El recibir el apelativo de Sodoma implicaba en un solo acto la acusación y la sentencia. Como lugar de desastre, Sodoma significó todo lo que Pompeya e Hiroshima nos significan a nosotros; de ahí el v. 9. Por mala reputación ocupaba un sitial destacado, hasta que Isaías anunció el v. 10. Tuvo la confirmación de Ezequiel (cf. Eze. 16:48) y de nuestro Señor (cf. Mat. 11:23), que establecieron la medida de la culpa según la oportunidad. De todos los arranques proféticos sobre la irrealidad religiosa (cf. 1 Sam. 15:22; Jer. 7:21-23; Ose. 6:6; Amós 5:21-24; Miq. 6:6-8) ésta es la más poderosa y sustentada. Su vehemencia no la supera ni siquiera Amós, y se complementa en su forma y contenido. Primero se rechazan las ofrendas y luego los oferen tes (vv. 11, 12); pero a medida que el tono de Dios se agudiza yendo del disgusto al asco, su acusación específica se retiene hasta el espeluznante final del v. 15: ¡Vuestras manos están llenas de sangre!
El reproche da paso al mandato, en ocho llamadas atronadoras, a dejar de hacer lo malo (v. 16) y aprender a hacer lo bueno (v. 17). Esto es arrepentimiento en su pleno significado, absolutamente personal y totalmente práctico (cf. Dan. 4:27; Mat. 3:8; Luc. 19:8). Estas demandas profundas nos preparan para la oferta de la salvación inmerecida que sigue inmediatamente.
18 Es notable que el gran ofrecimiento, al igual que la gran acusación de los vv. 2-4, aparezca como un eco de los tribunales de justicia: Venid … y razonemos juntos, es decir, discutamos nuestro caso (cf. Job 23:7). Dios exige una franca confrontación; pero, dado eso, puede cambiar lo inalterable, y borrar lo imborrable (la grana y el carmesí no sólo son deslumbrantes: son colores indelebles); solamente así el llamado lavaos (16) puede ser otra cosa que una burla. 19, 20 Nos recuerda, una vez más, a Deut. 30:15-20 (cf. sobre v. 2), que casi podría denominarse el texto de la disertación.
Pureza perdida. 21, 22 Al igual que en la endecha ¡Cómo han caído los valientes! (2 Sam. 1:25; cf. el ¡cómo! de Isa. 14:12; Lam. 1:1, etc.) el tema es la gloria esfumada; aun las metáforas que se refieren a ello van de lo trágico a lo trivial (prostituta … plata … vino). Lo único que se lamenta es la pérdida moral: no el imperio de David o la riqueza de Salomón, simplemente su justicia. 23 Presenta en miniatura la misma progresión des-de la revuelta espiritual a la injusticia social que se describe entre los vv. 2 y 17.
Fuego purificador. Dios toma su propia metáfora del v. 22, para revelar el ardiente aspecto del amor y el misericordioso aspecto del juicio. Es el amor, lo opuesto a la indiferencia, que considera tus escorias como mis adversarios; cf. 62:1; Apoc. 3:19.
Fuego destructor. La línea trazada por Dios entre amigos y adversarios, los redimidos y los quebrantados, pasa a través de Sion; no entre judíos y gentiles sino entre convertidos (sus arrepentidos, es decir, los que tornan ) y rebeldes. Para estos últimos, el fuego es el fin, no el comienzo. La clave para la metáfora de los robles y los jardines (vv. 29, 30) está en el v. 31: representan la fuerza y organización humanas, en las cuales nos sentimos tentados a confiar, es decir el fuerte y su trabajo; cf. Amós 2:9. (Es innecesario ver en todo esto una referencia a ídolos o a ritos de la fertilidad, p. ej. los pequeños jardines de Adonis cuyo marchitarse representaba la muerte anual de Dios, si bien esto pudiera haber sugerido esa insólita metáfora.) Hay un eco moderno a la advertencia de que la destreza del hombre puede conducir a su perdición, la chispa que enciende la conflagración.