Comentario Biblico


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1 Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas,

2 tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra,

3 me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo,

4 para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido.

5 Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet.

6 Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor.

7 Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada.

8 Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase,

9 conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor.

10 Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso.

11 Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso.

12 Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor.

13 Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan.

14 Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento;

15 porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre.

16 Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos.

17 E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.

18 Dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada.

19 Respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas nuevas.

20 Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.

21 Y el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que él se demorase en el santuario.

22 Pero cuando salió, no les podía hablar; y comprendieron que había visto visión en el santuario. El les hablaba por señas, y permaneció mudo.

23 Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa.

24 Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo:

25 Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres.

26 Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,

27 a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.

28 Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres.

29 Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.

30 Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.

31 Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.

32 Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre;

33 y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

34 Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón.

35 Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.

36 Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril;

37 porque nada hay imposible para Dios.

38 Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.

39 En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá;

40 y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet.

41 Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo,

42 y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.

43 ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?

44 Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.

45 Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor.

46 Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor;

47 Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.

48 Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.

49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre,

50 Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen.

51 Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.

52 Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes.

53 A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos.

54 Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia

55 De la cual habló a nuestros padres, Para con Abraham y su descendencia para siempre.

56 Y se quedó María con ella como tres meses; después se volvió a su casa.

57 Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un hijo.

58 Y cuando oyeron los vecinos y los parientes que Dios había engrandecido para con ella su misericordia, se regocijaron con ella.

59 Aconteció que al octavo día vinieron para circuncidar al niño; y le llamaban con el nombre de su padre, Zacarías;

60 pero respondiendo su madre, dijo: No; se llamará Juan.

61 Le dijeron: ¿Por qué? No hay nadie en tu parentela que se llame con ese nombre.

62 Entonces preguntaron por señas a su padre, cómo le quería llamar.

63 Y pidiendo una tablilla, escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y todos se maravillaron.

64 Al momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios.

65 Y se llenaron de temor todos sus vecinos; y en todas las montañas de Judea se divulgaron todas estas cosas.

66 Y todos los que las oían las guardaban en su corazón, diciendo: ¿Quién, pues, será este niño? Y la mano del Señor estaba con él.

67 Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo:

68 Bendito el Señor Dios de Israel, Que ha visitado y redimido a su pueblo,

69 Y nos levantó un poderoso Salvador En la casa de David su siervo,

70 Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio;

71 Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron;

72 Para hacer misericordia con nuestros padres, Y acordarse de su santo pacto;

73 Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, Que nos había de conceder

74 Que, librados de nuestros enemigos, Sin temor le serviríamos

75 En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días.

76 Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos;

77 Para dar conocimiento de salvación a su pueblo, Para perdón de sus pecados,

78 Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, Con que nos visitó desde lo alto la aurora,

79 Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; Para encaminar nuestros pies por camino de paz.

80 Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.


LA INTRODUCCIÓN DE UN HISTORIADOR Lucas 1:1-4 Excelentísimo Teófilo: Aunque han sido muchos los que han acometido la empresa de escribir ordenadamente la historia de los acontecimientos en los que se basa nuestra fe, tal como nos los transmitieron los que fueron testigos presenciales desde el principio y luego se consagraron al ministerio de la proclamación del Evangelio, yo también me he hecho el propósito de investigar cuidadosamente todas las fuentes, y escribir a vuestra excelencia un informe completo y ordenado, para que conozcáis con certeza los Hechos de los que ya tenéis noticia. La introducción de Lucas es la única entre los cuatro evangelios en la que el autor sale a escena y usa el pronombre personal "yo». Hay que subrayar tres cosas en este pasaje: (i) Es el mejor griego de todo el Nuevo Testamento. Lucas usa aquí la misma forma de introducción que habían usado todos los grandes historiadores griegos. Herodoto empieza: «Estas son las investigaciones de Herodoto de Halicarnaso.» Un historiador muy posterior, Dionisio de Halicarnaso, nos dice al principio de su Historia: «Antes de empezar a escribir, yo recogí información, en parte, de labios de los hombres más instruidos con los que me pude poner en contacto; y en parte, de las historias que escribieron los Romanos de los que aquellos hablaban con elogio.» Así empieza Lucas su libro, en el griego más sonoro, siguiendo los mejores modelos que podía encontrar. Es como si Lucas se dijera: " Voy a escribir la historia más importante del mundo, y sólo lo mejor es digno de ella.» Algunos de los manuscritos antiguos son verdaderas obras de arte, escritos con tinta de plata en vitela púrpura; a menudo el copista, cuando llegaba al nombre de Dios o de Jesús, lo escribía en oro. El Dr. Boreham nos cuenta de un viejo obrero, que todos los viernes por la noche apartaba las monedas más nuevas y relucientes de la bolsita de su paga para la colecta del domingo en la iglesia. El historiador, el escriba y el obrero tenían la misma convicción: sólo lo mejor es suficientemente bueno para Jesús. Siempre dedicaban lo mejor que tenían al más elevado fin. (ii) Es sumamente significativo que a Lucas no le satisfacían las vidas de Cristo de los demás: tenía que tener la suya. La verdadera religión no es nunca de segunda mano, sino un descubrimiento personal. El profesor Arthur Gossip solía decir que los cuatro evangelios son importantes, pero más importante todavía es, para cada creyente, el quinto: el de la experiencia personal. Lucas siguió buscando, porque quena encontrar más plenamente a Jesús por sí mismo. (iii) No hay pasaje de la Biblia que arroje más luz que éste sobre la doctrina de la inspiración de las Sagradas Escrituras. Ningún creyente negaría que el evangelio de Lucas es un documento inspirado; y sin embargo su autor empieza diciéndonos que es el producto de la más cuidadosa investigación histórica. La inspiración no le llueve del Cielo al que se sienta con los brazos cruzados y la mente en barbecho, y se limita a esperar; sino al que piensa, y busca, e investiga. La verdadera inspiración viene cuando el revelador Espíritu de Dios le sale al encuentro a la buscadora mente del hombre. Dios da su Palabra, pero se la da al que la busca. «Buscad, y hallaréis» (Mat 7:7 ).

UN HIJO PROMETIDO Lucas 1:5-25 Hubo en tiempos de Herodes, rey de Judasa, un sacerdote que se llamaba Zacarías, que pertenecía a la orden de Abías. Su mujer también era descendiente de Aarón, y se llamaba Elisabet. Los dos eran buenas personas para Dios, porque su conducta era sin tacha, conforme a todos los mandamientos y las ordenanzas del Señor; pero no tenían hijos, porque Elisabet era estéril, y ya eran los dos de edad muy avanzada. Cuando Zacarías estaba actuando como sacerdote de Dios porque le correspondía el turno a su orden según la costumbre sacerdotal, le tocó a él entrar en el templo a ofrecer el incienso, y toda la congregación del pueblo estaba orando fuera a la hora de la ofrenda del incienso. Cuando estaba allí se le apareció un ángel del Señor a la derecha del altar del incienso; y cuando lo vio Zacarías se conmovió profundamente y le dio mucho temor. Pero el ángel le dijo: -¡No tengas miedo, Zacarías! He venido a ti porque Dios te ha concedido lo que le has pedido, y tu mujer Elisabet te va a dar un hijo al que llamarás Juan. Esto te producirá una gran alegría y felicidad, y muchos se alegrarán del nacimiento de Juan. Será grande para Dios; no beberá vino ni licores, y estará lleno del Es píritu Santo aun desde antes de nacer. Hará que muchos de los judíos vuelvan a estar en relación con Dios su Señor; y él mismo irá delante de Él con el espíritu y el poder del profeta Elías para convertir el corazón de los padres a los hijos, y de los desobedientes á la prudencia de los piadosos, para que haya un pueblo que esté preparado para recibir al Señor. -¿Cómo puedo yo saber que todo esto va a suceder? -le contestó Zacarías al ángel-. Yo ya soy un viejo, y mi mujer también es entrada en años. -Yo soy Gabriel -repuso el ángel-, que estoy siempre en la presencia de Dios a su servicio, y Dios es el que me ha enviado a hablar contigo para darte esta buena noticia. Y ahora, fíjate: por no haberme creído, te vas a quedar mudo y sin poder hablar hasta que se cumpla a su debido tiempo todo lo que te he dicho. La gente estaba esperando a Zacarías, y se sorprendía de que tardara tanto en salir del templo. Cuando por fin salió, no podía hablarles, y se dieron cuenta de que debía de haber tenido una visión en el templo. Y él trataba de explicárselo por señas, porque ya no podía hablar. Cuando se completaron sus días de servicio, se volvió a su casa. Poco después, su mujer Elisabet se quedó embarazada, y no salió de casa en cinco meses, porque decía: -Esto no es sino obra de Dios, que se ha dignado librarme de la esterilidad que me avergonzaba ante la gente. Zacarías, el personaje principal de esta escena, era sacerdote. Pertenecía a la orden de Abías. Todos los descendientes directos de Aarón, el hermano de Moisés, eran sacerdotes de nacimiento. Esto hacía que hubiera demasiados sacerdotes para todos los propósitos ordinarios. Estaban divididos en veinticuatro órdenes o secciones. No ejercían el sacerdocio todos más que en Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. El resto del año cada orden ministraba dos períodos de una semana cada uno. Los sacerdotes que amaban su ministerio estaban deseando que les llegara su semana de turno, que era lo más importante de su vida. Los sacerdotes se tenían que casar con mujeres que fueran de pura raza judía, y constituía un mérito especial el casarse con una descendiente de Aarón, que era el caso de Elisabet, la mujer de Zacarías. Había tantos como veinte mil sacerdotes en total, así es que había casi un millar en cada sección, y en ella se echaban a suerte las intervenciones de los distintos miembros. Los sacrificios de la mañana y de la tarde se ofrecían por toda la nación. Se sacrificaba en holocausto un cordero de un año sin mancha ni defecto, con una ofrenda de comida, de harina y aceite, y de bebida, de vino. Antes del sacrificio de la mañana y después del de la tarde se quemaba incienso en el altar del incienso, para que los sacrificios se elevaran, como si dijéramos, envueltos en un aroma agradable. Era posible que a muchos sacerdotes no les correspondiera quemar incienso en toda la vida; pero si le tocaba en suerte, aquel día era el más grande de la vida de un sacerdote, el más deseado y esperado. Y aquel día le tocó en suerte a Zacarías, que estaría de lo más emocionado. . Pero había una tragedia en la vida de Zacarías: su esposa y él no tenían hijos. Los rabinos judíos decían que hay siete personas que están privadas de la comunión con Dios, y la lista empezaba por " un judío que no tiene esposa, o un judío que tiene esposa pero que no tiene ningún hijo.» La esterilidad era causa suficiente para el divorcio. Por tanto, no nos sorprendería que Zacarías, aun en este su gran día, estuviera pensando en su tragedia doméstica y personal y la tuviera presente en sus oraciones. Y entonces tuvo aquella maravillosa visión y recibió el gozoso mensaje de que, aunque ya había perdido toda esperanza, le nacería un hijo. Se quemaba el incienso y se hacía la ofrenda en el atrio más interior del templo, el Atrio de los Sacerdotes. Mientras se ofrecía el sacrificio, la congregación se agolpaba en el siguiente atrio, el Atrio de los Israelitas. El sacerdote que había oficiado el sacrificio de la tarde tenía el privilegio de salir a la barandilla que separaba ambos atrios para bendecir desde allí a los presentes. La gente se sorprendía de que Zacarías se retrasara tanto. Cuando por fin apareció, no podía hablar, y la gente comprendió que había tenido una visión. Y así, en un deslumbramiento inefable de gozo Zacarías terminó su semana de servicio y se marchó a casa; y allí y entonces empezó a hacerse realidad el mensaje de Dios, y Elisabet se dio cuenta de que iba a tener un niño. Hay un detalle que sobresale en este relato: fue en la casa de Dios donde Zacarías recibió el mensaje de Dios. Supongo que a todos nos gustaría recibir un mensaje de Dios. En el drama de Shaw Santa Juana, Juana de Arco oye voces que le vienen de Dios. El Delfín de Francia se enfurece, y le dice: -¡Y venga con tus voces, tus voces! ¿Por qué no me vienen a mí esas voces? Yo soy el rey, no tú. -Sí vienen a vos, pero no las oís -le respondía ella-. No os sentáis en los campos a la caída de la tarde a escucharlas. Cuando tocan al ángelus, os santiguáis, y eso es todo; pero si orarais de corazón y escucharais el vibrar de las campanas en el aire después que han dejado de tañer, oiríais las voces tanto como yo. Es decir, que Juana se daba la oportunidad de escuchar la voz de Dios. Zacarías estaba en el templo sirviendo a Dios. La voz de Dios viene a los que le prestan atención, como Zacarías, en la casa de Dios.

EL MENSAJE DE DIOS A MARÍA Lucas 1:26-38 A los seis meses, Dios envió al ángel Gabriel otra vez, ésta a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, a una joven que estaba prometida con José, que era descendiente de David. La joven se llamaba María. El ángel se le apareció y le dijo: -¡Se te saluda, a ti, que has sido agraciada con el más sublime favor de Dios! ¡El Señor está contigo, que eres la más bienaventurada de todas las mujeres! Ella se quedó muy sorprendida, y no sabía a qué venía aquel saludo. Pero el ángel continuó diciéndole: No tengas miedo, María. Dios te ha escogido para el mayor privilegio: vas a quedar embarazada y a tener un hijo al que llamarás Jesús. Será un gran hombre, y recibirá el título de Hijo del Altísimo. El SEÑOR le dará el trono de su antepasado David, y reinará sobre el Pueblo de Israel para siempre, porque su reinado no acabará jamás. Entonces María le preguntó al ángel: -Pero, ¿cómo me sucederá eso? ¡Si yo ni siquiera estoy casada todavía! El ángel le contestó: -Sobre ti descenderá el Espíritu Santo, y el Poder del Altísimo te cobijará con su sombra. Por eso el santo Niño que nacerá será reconocido como el Hijo de Dios. Tu pariente Elisabet también ha quedado embarazada en su ancianidad. Se decía que no podía tener hijos, pero ahora ya está de seis meses... ¡Es que no hay nada imposible para Dios! -Yo soy la esclava del SEÑOR -respondió María sencillamente-. Que haga conmigo como ha dispuesto y tú me has dicho. En eso el ángel desapareció. María era la prometida de José. El compromiso matrimonial duraba un año, y era tan indisoluble como el matrimonio; sólo se podía romper por la muerte o por el divorcio. Si moría el hombre que estaba prometido con una mujer, ella era viuda a los ojos de la ley. En las leyes de los judíos encontramos a veces la extraña frase cuna virgen que es viuda». En este pasaje nos encontramos frente a frente con una de las doctrinas más controvertidas de la fe cristiana: el nacimiento virginal de Jesús. Hay dos grandes razones para aceptarla. (i) El sentido literal de este pasaje, y todavía más del de Mat 1:18-25 , no deja lugar a dudas de que Jesús nació de María sin la intervención de un padre humano. (ii) Es natural aceptar que, puesto que Jesús fue una persona extraordinaria y absolutamente única, su entrada en el mundo también lo fue. La sumisión de María es realmente encantadora. «Yo soy la esclava del SEÑOR -respondió María al ángel sencillamente-. Que haga conmigo como ha dispuesto y tú me has dicho.» Estaba dispuesta a aceptar lo que Dios decidiera. No hizo preguntas, ni puso condiciones; puesto que había sido Dios Quien lo había decidido, a Él le correspondía cuidarse de todos los detalles y resolver todos los problemas. La actitud de María fue la de una mujer creyente y obediente a la voluntad de Dios. Bien la definió su pariente Elisabet cuando le dijo: "¡Bendita seas por haber creído que se cumplirá lo que Dios te ha anunciado!» (Luc 1:45 ). También es ejemplar la sencillez y la humildad con que María recibió el mensaje de Dios que había de transformar radicalmente su vida. No tenemos ni el más mínimo indicio de que se considerara digna de aquel honor, ni de que creyera merecer ningún trato especial de los hombres o de Dios por ser la madre del Mesías. Lejos de recluirse en algún lugar seguro, en el pasaje siguiente 1a veremos emprender un molesto viaje, sin duda para ir a ayudar a Elisabet en las molestias del embarazo en edad muy avanzada. Aquel extraordinario favor de Dios, la más grande bienaventuranza que podía recibir una mujer, le traería muchas pruebas, como la huida y el destierro, hasta la suprema de ver a su amado hijo en la cruz. Bien se lo anunciaría Simeón: «Y en cuanto a ti, una espada te atravesará el alma...» (Luc 2:35 ).

LA PARADOJA DE LA BIENAVENTURANZA Lucas 1:39-45 En seguida María lo dispuso todo y se puso en camino a toda prisa hacia un pueblo de los montes de Judá. Cuando llegó a la casa de Zacarías, entró y saludó a Elisabet. Cuando oyó Elisabet el saludo de María, el niño se le agitó en el vientre, y el Espíritu Santo inundó todo su ser, y ella rompió a decirle a María en alta voz: -¡Bendita seas más que todas las demás mujeres, y bendito sea el Niño que vas a tener! ¿Cómo es que se me concede a mí este honor de que venga a verme la madre de mi Señor? Tan pronto como penetró tu saludo en mis oídos, mi niño se puso a saltar de alegría en mis entrañas. ¡Bendita seas por haber creído que se cumplirá lo que Dios te ha anunciado! Esta es una maravillosa exposición lírica de la bienaventuranza de María. En ninguna vida se ve más clara que en la suya la paradoja de la bienaventuranza. A María se le concedió la bienaventuranza de ser la madre del Hijo de Dios. Bien podía llenársele el corazón de una alegría trémula y maravillada por tan gran privilegio. Y sin embargo, esa misma bienaventuranza iba a ser como una espada que le atravesara el corazón; porque conllevaba el destino de ver un día a ese hijo clavado en una cruz. La elección de Dios quiere decir, a menudo y al mismo tiempo, una cotona de felicidad y una cruz de angustia. La inquietante realidad es que Dios no escoge a una persona para darle tranquilidad y comodidad y disfrute egoísta, sino para una misión que requerirá todo lo que la mente y el corazón y las fuerzas puedan dar de sí. Dios escoge a una persona para usarla. Cuando Juana de Arco se dio cuenta que le quedaba poco tiempo, le dijo a Dios: "Ya no voy a durar más que un año. Úsame como quieras.» Cuando somos conscientes de esta verdad, los dolores y las dificultades que conlleva el servicio de Dios dejan de ser tema de Lamentaciones y se convierten en nuestra gloria, porque todo lo sufrimos por Dios. Cuando los dragones de Cromwell apresaron al covenanter Richard Cameron, le mataron, y le cortaron las manos, que eran muy hermosas, y se las mandaron a su padre con una nota burlona en la que le preguntaban si las reconocía. -Son las de mi hijo -dijo el padre-, las de mi amado hijo. Buena es la voluntad del Señor que nunca podrá dañarnos a mí ni a los míos. Las sombras de la vida están iluminadas por el sentir de que también ellas están en el plan de Dios. Miguel de Unamuno acuñó una bendición muy suya: «¡Y Dios no te dé paz, y sí gloria!» Un gran predicador moderno decía: «Jesucristo no vino para hacer la vida fácil, sino para hacer grandes a los hombres.» La paradoja de la bendición consiste en que le confiere a una persona al mismo tiempo la mayor felicidad y la mayor tarea del mundo.

UN HIMNO MARAVILLOSO Lucas 1:46-56 Entonces dijo María: - Con toda mi alma proclamo la grandeza de Dios, y mi espíritu se deleita en mi Dios y Salvador;porque ha condescendido a fijarse en esta su sierva, aunque es tan humilde mi condición. Desde ahora en adelante todos los que han de nacer me tendrán por bienaventurada, porque el Todopoderoso ha hecho maravillas conmigo, ¡santo es su Nombre! Su misericordia acompaña en todas las edades a los que le honran con temor reverente. Con su diestra ha obrado maravillas: ha dispersado a los arrogantes con todos sus proyectos, ha arrojado de sus tronos a los poderosos, y ha exaltado a los humildes; ha saciado a los hambrientos con alimentos deliciosos, y ha despachado a los ricos con las manos vacías. Ha venido en ayuda de su siervo Israel. Ha cumplido la promesa que había hecho a nuestros antepasados, cuando se comprometió a no desentenderse en su misericordia de Abraham y de sus descendientes nunca jamás. Y se quedó María con Elisabet unos tres meses, y luego se volvió a su casa. Este pasaje se ha convertido en uno de los grandes himnos de la Iglesia, el Magníficat. Nos recuerda a los Salmos del Antiguo Testamento, y se parece especialmente al cántico de Ana, de 1Sa 2:1-10 . Alguien la dicho que "la religión es el opio del pueblo»; pero Stanley Jones ha dicho que "el Magníficat es el documento más revolucionario del mundo.» Habla de tres de las revoluciones de Dios. (i) Ha dispersado a los arrogantes con todos sus proyectos. Esta es la revolución moral. El Evangelio es la muerte del orgullo. ¿Que por qué? Porque si uno coloca su vida al lado de la de Cristo, se le hacen añicos los últimos vestigios de orgullo. A veces le sucede a uno algo que arroja una brillante y reveladora luz que le descubre su vergüenza. O. Henry cuenta en una historia corta lo que le pasa a un chico que se había criado en una aldea. En la escuelita se solía sentar al lado de una chica, y se gustaban. Luego él se fue a la ciudad y fue cayendo bajo. Se hizo carterista y ladronzuelo. Un día le dio el tirón a una anciana. Se le dio bien y se sentía satisfecho. Pero entonces vio bajar por la calle a la chica que había sido su compañera, que irradiaba el encanto de la inocencia. Y de pronto se vio a sí mismo tal como era de indigno y despreciable. Ardiendo de vergüenza apoyó la cabeza en el hierro frío de una lámpara de la calle, y se dijo: «¡Dios mío, quisiera morirme!» Se había visto a sí mismo. Cristo hace que nos veamos a nosotros mismos. Eso le da el golpe de muerte al orgullo. Así empieza la revolución moral. (ii) Ha arrojado de sus tronos a los poderosos, y ha exaltado a los humildes. Esta es la revolución social. El Evangelio pone fin a las etiquetas y al prestigio del mundo. Mureto fue un filósofo ambulante de la Edad Media, y era muy pobre. Se puso enfermo en un pueblo de Italia, y le llevaron al hospital para vagabundos y desamparados. Los médicos estaban discutiendo su caso en latín, suponiendo que él no los entendía. Sugerían que, ya que se trataba de una persona tan despreciable, podían usarle para experimentos. Mureto levantó la mirada y les dijo en su propia lengua culta: "No llaméis despreciable a nadie por quien Cristo murió.» Cuando nos damos cuenta de lo que Cristo hizo por todas las personas, ya no queda ninguna que podamos considerar despreciable. Las categorías sociales desaparecen. (iii) Ha saciado a los hambrientos con alimentos deliciosos, y ha despachado a los ricos con las manos vacías. Esta es la revolución económica. Una sociedad no cristiana es una sociedad adquisitiva en la que cada cual va a acaparar todo lo que pueda. Una sociedad cristiana es aquella en la que nadie querría tener demasiado mientras otros tienen demasiado poco, en la que cada uno necesita tener sólo para poder dar. El Magníficat tiene su propio encanto, pero hay dinamita en ese encanto. El Evangelio genera una revolución en cada persona, y en el mundo.

SE LLAMARÁ JUAN Lucas 1:57-66 Cuando se le cumplió el tiempo para dar a luz, Elisabet tuvo un niño. Cuando se enteraron los vecinos y los parientes de la maravilla que Dios había hecho con ella, todos se alegraron mucho. Al octavo día llevaron a circuncidar al niño, y se daba por sentado que se llamaría Zacarías, como su padre. Pero la madre exclamó: -¡No! Se tiene que llamar Juan. -No hay nadie en vuestra familia que se llame así -le advirtieron los presentes, sorprendidos. Entonces le hicieron señas al padre para preguntarle cómo quería que se llamara su hijo. Él pidió una pizarra y escribió: " Se llamará Juan.» Todos se sorprendieron aún más. Al momento recuperó el uso de la palabra y se puso a alabar a Dios. Los vecinos reaccionaron con un temor reverente, y se corrió la voz de lo sucedido por toda la sierra de Judasa. Los que lo oían ya no lo podían olvidar; y se decían: -¿Qué llegará a ser este niño? Porque no cabe duda de que Dios ha puesto su mano sobre él. En Israel, el nacimiento de un niño era una ocasión festiva. Cuando se aproximaba la fecha, se reunían cerca de la casa los amigos y los músicos locales. Y cuando se anunciaba el nacimiento, si era niño, los músicos se ponían a tocar y a cantar, y todo el mundo se congratulaba y se ponía jubiloso. Si era una niña, los músicos se alejaban tristemente y en silencio. Según un dicho: "El nacimiento de un hijo varón produce alegría universal; pero el de una niña, universal tristeza.» Así es que en la casa de Elisabet había doble motivo de gozo: por fin había tenido un niño, y era varón. A los ocho días de nacer se circuncidaba y se ponía nombre a los niños. A las chicas se les podía poner nombre en cualquier momento durante su primer mes de vida. En Israel, los nombres eran descriptivos. Algunas veces recordaban algún detalle de su nacimiento, como en el caso de Esaú y Jacob Gen 25:25-26 ). Otras veces describían al bebé: Labán, por ejemplo, quiere decir blanco o rubio. A veces se le ponía el nombre del padre. A menudo el nombre describía la alegría de los padres: Samuel y Saúl, por ejemplo, querían decir pedido (a Dios). Otras veces el nombre era un testimonio de la fe de los padres: Elías, por ejemplo, quiere decir Jehová es mi Dios; en tiempos de culto a Baal, los padres de Elías confesaban su fe en el Dios verdadero. Elisabet, para sorpresa de los presentes, dijo que su hijo se tenía que llamar Juan, y Zacarías también manifestó el mismo deseo. Juan es la forma breve de Yehojanán, que quiere decir regalo de Jehová, o Jehová es misericordioso. Era el nombre que Dios había dicho que se le pusiera al niño, y que describía la gratitud de los padres por tan precioso y ya inesperado regalo de Dios. Todos los conocidos y los que se enteraban del maravilloso suceso se preguntaban: «¿Qué llegará a ser este niño?" Y es que cada niño es un racimo de posibilidades. Había un antiguo maestro latino que siempre hacía una profunda reverencia ante la clase antes de empezar la lección. Cuando le preguntaban por qué, él contestaba: «Porque nunca se sabe lo que uno de estos chavales va a llegar a ser.» El nacimiento de un niño en una familia representa dos cosas. La primera, es el más grande privilegio que se puede conceder a un hombre y a una mujer; algo por lo que hay que dar gracias a Dios. Segunda, es una de las más altas responsabilidades de la vida, porque ese niño es un racimo de posibilidades, y depende de los padres y de los maestros el que esas posibilidades se hagan o no realidad.

EL GOZO DE UN PADRE Lucas 1:67-80 El Espíritu Santo inundó todo su ser, y Zacarías rompió a hablar con inspiración profética: -¡Bendito sea el SEÑOR, el Dios de Israel, que ha intervenido a favor de su pueblo para rescatarlo de una condición de esclavitud! De la dinastía de su siervo David ha suscitado un Campeón que nos salvara, como mucho tiempo ha, por las palabras de los santos profetas, había dicho que lo haría, cuando prometió librarnos de nuestros enemigos y del dominio de los que nos aborrecían, para cumplir la promesa misericordiosa que había hecho a nuestros antepasados, siendo fiel a su santo pacto. Esa promesa había jurado a nuestro padre Abraham: que nos rescataría del poder de nuestros enemigos y nos permitiría servirle, ya sin nada que temer, en santidad y bondad toda la vida. En cuanto a ti, niñito, recibirás el título de «Profeta del Altísimo», porque serás el precursor del Señor para preparar los caminos por donde Él pasará, y porque será tu misión decirle a su pueblo cómo puede alcanzar la salvación y el perdón de sus pecados por la profunda compasión de nuestro Dios que ha enviado del Cielo generosamente la aurora para que nos amaneciera, trayendo luz a los que morábamos en tinieblas y en sombra de muerte, para encaminar nuestros pasos por el camino que conduce a la paz. El niño creció y se desarrolló física y espiritualmente; y vivió en lugares desiertos hasta que llegó el día en que se manifestó a Israel. Zacarías tuvo una gran visión de la misión de su hijo. Le reconoció como el profeta y precursor que había de preparar el camino del Señor. Todos los judíos devotos esperaban y anhelaban el día en que había de venir el Mesías, el Rey ungido por Dios. La mayor parte de ellos creían que, antes de que viniera, un precursor anunciaría su llegada y le prepararía el camino. La creencia más general era que Elías volvería a la Tierra con esta misión (Mal 4:5 ). Zacarías vio en su hijo al que prepararía el camino para el Rey ungido por Dios. Los versículos 75-77 nos dan una gran descripción del camino del Evangelio: (i) La preparación. Todo en la vida es una preparación que nos conduce a Cristo. Cuando Walter Scott era joven, su sueño era ser soldado. Pero tuvo un accidente que le dejó ligeramente cojo, por lo que tuvo que renunciar a ese sueño. Se aficionó a leer viejas historias y novelas escocesas, y así llegó a ser uno de los más grandes novelistas de la literatura universal. De 61 dijo un vejete: «Se estaba haciendo a sí mismo todo el tiempo; pero no sabía, puede, por dónde tiraría hasta que pasaron los años.» En la vida Dios está haciendo que todo contribuya a llevarnos a Cristo. (ii) El conocimiento. La pura verdad es que nadie sabía cómo es Dios hasta que vino Jesús a decírnoslo. Los griegos hablaban de un dios impasible, por encima de la alegría y del dolor, observando a los humanos con tranquila indiferencia. No se esperaba su ayuda. Los judíos tenían un Dios exigente, que imponía una ley y cuya función era la del juez. Aquello no producía más que terror. Jesús vino para decirnos que Dios es amor, y la gente sólo podía decir con sorpresa y encanto: "¡Nunca nos habríamos imaginado que Dios era así!» Uno de los grandes propósitos de la Encarnación fue traer a la humanidad el conocimiento de Dios. . (iii) El perdón. Una cosa debemos tener clara a este respecto: no se trata tanto de remitir el castigo como de restablecer la relación. Nada nos puede librar de ciertas consecuencias de nuestros pecados. No se puede retrasar el reloj, pero el alejamiento de Dios se convierte en amistad, el Dios distante se hace cercano, y el Dios temido es ahora el Dios que nos ama. (iv) Andar por los caminos de la paz. Paz en hebreo no quiere decir solamente ausencia de guerra, sino todo lo que comprende el sumo bien del hombre. Y por medio de Cristo se le capacita al hombre- para andar por los caminos que conducen a todo lo que significa vida, y ya no a todo lo que significa muerte.